¿Para una educación en valores?
Mirtana López
Columnista
Ya tenemos Presidente y Vice, elegidos. Ya designados los que conforman la secretaría de Presidencia, que serán tan visibles. También tenemos los nombres del futuro Gabinete, verdaderos ejecutores cotidianos del Poder Ejecutivo. El pueblo uruguayo, de forma contundente, no optó por la propuesta de la Derecha sino que lo hizo por la que se identificaba con la Izquierda. Moderada, podríamos llamarla nosotros; aunque no sea así como la designan quienes optaron por la UP, por ejemplo.
Además de por una opción política, nos atreveríamos a afirmar que se optó por una historia de vida, con dificultades económicas de origen, el estudio, el trabajo y la responsabilidad social como valores determinantes. La imagen actual de Tabaré Vázquez es la de alguien que, al final de su vida es una persona que alcanzó sus metas: Como oncólogo, como padre de familia, como ciudadano y político. En esa su historia personal de metas alcanzadas hay dos agonistas. Uno, él mismo; su capacidad y lo que sin duda es una inquebrantable voluntad. Pero el segundo protagonista es la Educación Pública uruguaya. De la que él no se olvida. Por el contrario, menciona, reconoce y agradece la fortaleza y magnitud de sus aportes. Tanto para sí mismo como para las múltiples generaciones de uruguayos que le antecedieron y le suceden.
Llegados a este punto nos cuesta no dar el paso siguiente que es el de mencionar el consenso que comparte todo el espectro político uruguayo cuando opina sobre educación. “La unánime noche” adjetiva Borges a la oscuridad, y más que a ella a la sensación de inmensidad y vacío que nos sobrecoge, a veces si quedamos en medio de una noche oscura. Así de unánime, de inmenso, de negativo es el juicio que se ha ido creando sobre educación en las familias uruguayas. Tabaré Vázquez lo comparte. Tanto lo comparte que demostró su oscuro y total desconcierto ante la “unánime noche” cuando pensó en buscar soluciones por el lado de los “Vauchers”. Menudo salto al vacío, sería.
El martes, cuando nos ofreció a sus votantes y a todos los uruguayos el producto de sus reflexiones de noviembre entre tanto esperaba el resultado real del balotaje y demostró una vez más su capacidad de gestor que no se demora inútilmente en tareas innecesarias, nos dio varias sorpresas y nos dejó con varios sustos. Quizá ninguno como el de la permanencia de Eleuterio Fernández en el Ministerio de Defensa. Tal vez incomparable también la elección del propio colectivo de realizadores cuyo promedio de edad es de 65 años. No se le queda a la zaga en cuanto a sorpresas, la designación de Rodolfo Nin como Canciller quien al otro día declaró que había que encontrarle un Ministerio que no fuera el de Ganadería –único para el que podía estar apto-. ¿Por qué? Porque a Tabaré Aguerre que estaba haciendo una buena función no había que sacarlo, pero él, como amigo leal, debía ser designado. ¡Ay! Sin embargo, para una docente de toda la vida, la decepción mayor está en que sea M. Muñoz la Ministra de Educación y Cultura. A la educación la dirigen los médicos, los contadores, los abogados; últimamente los sociólogos. Nunca, tampoco ahora, los docentes.
Sabemos que el Ministerio de Cultura en el Uruguay abarca mucho más que el sistema educativo y que éste, al mantener su autonomía, tendrá a los docentes en sus consejos. Pero también sabemos que el reconocimiento de las horas realizadas, de la especialización y de la dedicación, es la forma de comenzar un proceso de recuperación.
Así como para el joven que estudia es importante la valoración de sus logros, así también para los implicados en la educación habría sido bueno un reconocimiento a través de la elección de uno de sus representantes. Y, sobre todo, como primer paso de la tan reclamada educación en valores. Así los jóvenes habrían recibido como primer mensaje el de que quienes lo orientan lo hacen por sus conocimientos, su entrega, su vocación. No por mérito de su amistad o su incondicionalidad política. Que tampoco es lealtad. A no confundirlas.