Fideos, azúcar, yerba… y un litro de “querosén”
ESTAMPAS DE MI CIUDAD
Lic. Hugo Varela Brown
Redacción
La popular y muy representativa composición del cantautor Carlos Benavídez “Camino al almacén”, nos retrotrae a nuestros queridos boliches porongueros, de los cuales nosotros también hemos dedicado algunas líneas en estos espacios.
Escuchar esa canción nos traslada a tiempos de niños de reuniones en las cunetas de las calles, cercanas al almacén, a la espera de que alguien trajera la pelota de goma para comenzar el “picado”. Tiempos de maniseros invernales y churreros artesanales, donde Trinidad se encontraba repleta de almacenes y bares… conocidos entonces como “boliches”.
Hemos convivido con ellos, nos hemos criado en uno de los tantos ramos generales con el bar incluido, nucleador de vivencias casi en extinción. La “globalización” los ha venido “matando”, los grandes comercios y supertodos que existen en nuestra Trinidad los han hecho retroceder, empequeñecer, para poder sobrevivir a otros modelos que el sistema impone. Pese a ello aún están ahí, en los barrios, con sus mostradores de madera barata, sus cajones de verduras en la vereda, sus damajuanas de vino amontonadas como se puede esperando al cliente del medio litro suelto.
Corría el gélido invierno de no importa que año… eran los tiempos del Sud América del gran Nené Carbajal, con sus rodilleras siempre puestas, del Lito De Freitas y Artigas Ramírez, años de boliches de barrio, de truco de cuatro, de congas a cortar a nueve, de cuentos de aparecidos, de borrachos alegres con dificultades de traslados por cuenta propia en el cierre del boliche. Eran los lejanos tiempos en los que parar la olla no era “changa”, donde las familias de trabajadores zafrales aprovechaban armar un guisito criollo cuando un pesito se hacía; cortando el pasto, levantando una pared, siendo sorteado en alguna cuadrilla municipal, vendiendo verduras en la calle. Al llegar a casa la patrona hacía sus cálculos y mandaba a los gurises al boliche del barrio, ese más cercano, con balanzas de dos platos, ración para las gallinas y venta de cascarilla para el mate invernal. Ellos llegaban con su esquelita en papel de diario, difícil de entender, pero el bolichero, viejo canchero de interpretar esquelas alcanzaba a leer: “medio kilo de mostacholis, cuarto de azúcar, una cebadura de yerba y un litro de querosén”.
Con unos restos de pecho cruzado y huesos que se regalaban en las carnicerías el guiso criollo se ponía de pie, con tantas dificultades como las había tenido el padre de los gurises para ganar el jornal.
El bolichero ya sabía la frase popular: “Dice papá que lo anote que el viernes le paga todo…”. La parada era brava pero se la jugaba… total con esos vintenes poco iba a arreglar si no le pagaban, mientras que el otro no tenía para donde ir si quedaba debiendo, por lo que el círculo cerraba bien.
En el baldío de la esquina los teros buscaban guarida invernal, los gurises se preparaban para sentarse a la mesa, un poco de pimentón y ají molido daban condimento a una vida dura de guisos aguados y pucheros con poca carne.
Al otro día la escuela deparaba el único centro diferente no solo de aprendizaje sino también de integración social para la gurisada de los barrios trinitarios, que a pie iban de vereda en vereda, acortando el camino hacia el centro escolar.
Otro día había transcurrido, otra tardecita despuntaba ya encendiendo los focos esquineros… camino al almacén, los gurises de bolsillos agujereados y zapatillas rancheras llevaban la esquelita con sus infaltables faltas de ortografía: FIDEOS, AZÚCAR, YERBA Y UN LITRO DE QUEROSÉN.
Los cambios originados por la globalización han beneficiado a algunos y perjudicados a otros… el viejo almacén de barrio que “tapa agujeros” y “para ollas en los barrios populares” ha sido herido con la llegada de otras opciones en el siglo XXI. Sin embargo, como expresa Carlos Benavídez: “El camino al almacén” sigue vivo porque ya se ha incorporado a la identidad cultural de los pueblos de tierra adentro…. un segmento de la población siempre deberá recurrir a él…. los del barrio humilde y periféricos formados con familias que han abandonado el campo, donde los propietarios rurales esquivan el pago del Impuesto a Primaria y donde los boliches cada vez se transforman en taperas que motiva la pérdida de centros de reunión y recreación rural.
En el final, nuestro reconocimiento al viejo almacén de los barrios porongueros, pedazo inmenso de una historia que se mantiene latente, a la espera de los gurises con sus esquelas improvisadas, como la vida que llevan…!!!