Economía, política e ideología

“…una clase privilegiada que se considera destinada a conducir el país…” “…hostil a toda expresión que no comulgue con su manera de ver el mundo y siempre dispuesta a medir la respetabilidad de un país por la tasa de ganancia de las multinacionales y la disposición de sus gobernantes a rendirles pleitesía”.
David Rabinovich
Columnista

“El capital en el siglo XXI” (1) de Thomas Piketty fue elegido como el libro del año por el diario Financial Times, el mismo que había publicado meses antes los más duros cuestionamientos a la metodología usada por el economista francés. Pero más allá de las críticas, no hay duda de que Piketty dio un giro a la forma en que se mira la desigualdad. Construyó una base histórica de datos que le permitió dar una nueva mirada al fenómeno y generó un enorme debate político y económico.

En la introducción se lee:
“La distribución de la riqueza es una de las cuestiones más controversiales y debatidas en la actualidad. Pero, ¿qué se sabe realmente de su evolución a lo largo del tiempo? ¿Acaso la dinámica de la acumulación del capital privado conduce inevitablemente a una concentración cada vez mayor de la riqueza y del poder en unas cuantas manos, como lo creyó Marx en el siglo XIX? O bien, ¿las fuerzas que ponen en equilibrio el desarrollo, la competencia y el progreso técnico llevan espontáneamente a una reducción de las desigualdades y a una armoniosa estabilización en las fases avanzadas del desarrollo, como lo pensó Kuznets en el siglo xx? ¿Qué se sabe en realidad de la evolución de la distribución de los ingresos y de la riqueza desde el siglo XVIII, y qué lecciones podemos sacar para el siglo XXI? Éstas son las preguntas a las que intento dar respuesta en este libro.” (…).

… el capitalismo produce mecánicamente desigualdades insostenibles, arbitrarias, que cuestionan de modo radical los valores meritocráticos en los que se fundamentan nuestras sociedades democráticas. Sin embargo, existen medios para que la democracia y el interés general logren retomar el control del capitalismo y de los intereses privados, al mismo tiempo que mantienen la apertura económica y evitan reacciones proteccionistas y nacionalistas…

(…) Las novelas de Jane Austen y de Balzac, en particular, presentan cuadros pasmosos de la distribución de la riqueza en el Reino Unido y en Francia en los años de 1790 a 1830. Los dos novelistas poseían un conocimiento íntimo de la jerarquía de la riqueza en sus respectivas sociedades; comprendían sus fronteras secretas, conocían sus implacables consecuencias en la vida de esos hombres y mujeres, incluyendo sus estrategias maritales, sus esperanzas y sus desgracias; desarrollaron sus implicaciones con una veracidad y un poder evocador que no lograría igualar ninguna estadística, ningún análisis erudito.

En efecto, el asunto de la distribución de la riqueza es demasiado importante para dejarlo sólo en manos de los economistas, los sociólogos, los historiadores y demás filósofos. Atañe a todo el mundo, y más vale que así sea. La realidad concreta y burda de la desigualdad se ofrece a la vista de todos los que la viven, y suscita naturalmente juicios políticos tajantes y contradictorios”.

Thomas Piketty
Libros como el “Horror económico” de Viviane Forrester, novelista, ensayista y crítica literaria o “El precio de la desigualdad” de Joseph E. Stiglitz, premio Nobel, profesor de Economía en la Universidad de Columbia han servido también para “…procurar que el debate democrático esté mejor informado y se centre en las preguntas correctas; además puede contribuir a redefinir siempre los términos del debate, revelar las certezas estereotipadas y las imposturas, acusar y cuestionarlo todo siempre.” Como propone Piketty. (…)

“Para Thomas Malthus, que en 1798 publicó su Ensayo sobre el principio de población, no cabía ninguna duda: la principal amenaza era la sobrepoblación.
(…) En esa época, Francia era por mucho el país europeo más poblado …contaba ya con más de 20 millones de habitantes, …el Reino Unido …poco más de ocho millones de almas… la población (de Francia) se acercó a los 30 millones de habitantes en la década de 1780. …ese dinamismo demográfico contribuyó al estancamiento de los salarios agrícolas y al incremento de la renta de la tierra en las décadas previas a la deflagración de 1789. …parece evidente que esta evolución sólo incrementó la creciente impopularidad de la aristocracia y del régimen político imperante. (…)
En 1798, para el reverendo Malthus “…era urgente suprimir todo el sistema de asistencia a los pobres y controlar severamente su natalidad, a falta de lo cual el mundo entero caería en sobrepoblación, caos y miseria. … el miedo abrumaba a una buena parte de las élites europeas en la década de 1790.”
“David Ricardo y Karl Marx imaginaban que un pequeño grupo social—los terratenientes en el caso de Ricardo, los capitalistas industriales en el de Marx— se adueñarían inevitablemente de una parte siempre creciente de la producción y del ingreso.”
“Cuando Marx publicó en 1867 el primer tomo de El capital, había ocurrido una profunda evolución de la realidad económica y social: ya no se trataba de saber si la agricultura podría alimentar a una población creciente o si el precio de la tierra aumentaría hasta las nubes, sino más bien de comprender la dinámica de un capitalismo en pleno desarrollo. El suceso más destacado de la época era la miseria del proletariado industrial. (…) Germinal, Oliver Twist o Los miserables no nacieron de la imaginación de los novelistas, ni así lo hicieron las leyes que en 1841 prohibieron el trabajo de niños menores de ocho años en las manufacturas en Francia, o el de los menores de 10 años en las minas del Reino Unido en 1842.

El Cuadro del estado físico y moral de los obreros empleados en las manufacturas, publicado en Francia en 1840 por el Dr. Villermé y que inspiró la tímida legislación de 1841, describía la misma realidad sórdida que La situación de la clase obrera en Inglaterra, publicado por Engels en 1845.
(…) (en el período comprendido) Entre la década de 1800-1810 y la de 1850-1860 …el crecimiento económico se aceleró. La participación del capital —beneficios industriales, renta del suelo, rentas urbanas— en el producto nacional, en la medida en que se le puede estimar a partir de las fuentes imperfectas de las que disponemos hoy día, se incrementó fuertemente en ambos países durante la primera mitad del siglo xix (…) En este contexto se desarrollaron los primeros movimientos comunistas y socialistas. La pregunta central es simple: ¿para qué sirvió el desarrollo de la industria, para qué sirvieron todas esas innovaciones técnicas, ese trabajo, esos éxodos, si al cabo de medio siglo de desarrollo industrial la situación de las masas siguió siendo igual de miserable, sin más remedio que prohibir en las fábricas el trabajo de los niños menores de ocho años? Parecía evidente el fracaso del sistema económico y político imperante.” (…)
“Al igual que los autores anteriores, Marx pasó totalmente por alto la posibilidad de un progreso técnico duradero y de un crecimiento continuo de la productividad, una fuerza que, como veremos, permite equilibrar —en cierta medida— el proceso de acumulación y de creciente concentración del capital privado.” Efectivamente las condiciones, ‘para que otro mundo sea posible’ están dadas, pero la concentración del poder que logró la desigualdad económica hace parecer imposible o por lo menos demasiado lejano, un mínimo de equilibrio.
“…el enorme incremento del valor total de la riqueza privada —medido en años de producto nacional—, que se observa desde la década de 1970-1980 en el conjunto de los países ricos —en particular en Europa y en Japón—, obedece directamente a esta lógica”.

“…de los análisis de Ricardo y de Marx en el siglo xix (pasemos) a los de Simon Kuznets en el siglo xx… Según la teoría de Kuznets …la desigualdad del ingreso se ve destinada a disminuir en las fases avanzadas del desarrollo capitalista, sin importar las políticas seguidas o las características del país, y luego tiende a estabilizarse en un nivel aceptable.” (…)
En el período entre las dos Guerras mundiales se desarrollaran las primeras series anuales del producto nacional. “Esta primera fuente permite medir el producto total del país. Para medir los ingresos altos y su participación en el producto nacional, también es necesario disponer de las declaraciones de ingresos: esta segunda fuente fue suministrada, en todos los países, por el impuesto progresivo sobre el ingreso, adoptado por varios países alrededor de la primera Guerra Mundial (1913 en los Estados Unidos, 1914 en Francia, 1909 en el Reino Unido, 1922 en la India, 1932 en Argentina)”.

“…en la década de 1910-1920… el 10% de los estadunidenses más ricos, recibía cada año hasta el 45-50% del producto nacional. A fines de la década de 1940 … aproximadamente el 30-35%. La disminución (…) es equivalente, por ejemplo, a la mitad de lo que recibe el 50% de los estadunidenses más pobres…”.
“…Kuznets presentó una buena nueva: la desigualdad disminuía.” Aunque en una conferencia, publicada en 1955 bajo el título “Crecimiento económico y desigualdad de ingresos” tendría origen la teoría de la “curva de Kuznets”. “Según esta teoría, la desigualdad en cualquier lugar estaría destinada a seguir una “curva en forma de campana” —es decir, primero crecería y luego decrecería— a lo largo del proceso de industrialización y de desarrollo económico.” (…)
“La idea sería que la desigualdad aumenta durante las primeras fases de la industrialización (sólo una minoría está en condiciones de sacar provecho de las nuevas riquezas producidas por la industrialización), antes de empezar a disminuir espontáneamente durante las fases avanzadas del desarrollo (cuando una fracción cada vez más importante de la población se beneficia del crecimiento económico, de ahí una reducción espontánea de la desigualdad).

A fin de cerciorarse de que todo el mundo había entendido bien de qué se trataba, se esforzó además por precisar que el objetivo de sus predicciones optimistas era simplemente mantener a los países subdesarrollados en “la órbita del mundo libre”.
En gran medida, la teoría de la “curva de Kuznets” es producto de la Guerra Fría.” (…)
“En cierta forma, en este inicio del siglo XIX, asistimos a transformaciones impresionantes y es muy difícil saber hasta dónde pueden llegar y qué aspecto tendrá la distribución mundial de las riquezas, tanto entre los países como en el interior de ellos, en el horizonte de algunas décadas. Los economistas del siglo XIX tenían un inmenso mérito: situaban el tema de la distribución en el centro del análisis e intentaban estudiar las tendencias de largo alcance. Sus respuestas no siempre eran satisfactorias, pero por lo menos se hacían las preguntas correctas”.

Con el título “La economía del desarrollo en el siglo XXI” la Nueva Revista publicó, en abril de 2009, un interesante artículo escrito por Francisco Cabrillo. (2)
Transcribimos algo de la nota, que contrasta con el análisis anterior.
“Han transcurrido ya más de cuarenta años desde que las Naciones Unidas consideraran la década de 1960 como el comienzo de un gran salto adelante que permitiera la superación del subdesarrollo. Eran años en los que muchos países acababan de conseguir su independencia y nacía un nuevo orden internacional que se pensaba que llevaría a la prosperidad a los nuevos Estados. Las cosas, sin embargo, se hicieron mal desde el principio. En unos años en los que se hablaba seriamente de que el mundo occidental se encaminaba hacia una convergencia de sistemas económicos, en el que el viejo capitalismo sería sustituido por un sistema mixto de mercado y planificación con fuerte intervención estatal, se orientó a los nuevos países hacia modelos de economía socializada que pronto mostrarían sus perniciosos efectos. (…).

… de este enfoque equivocado del desarrollo no sólo son responsables los gobiernos del tercer mundo. No se debe olvidar que, a lo largo de muchos años, la educación que las élites de las nuevas naciones recibieron en sus antiguas potencias coloniales se basaba precisamente en esta desconfianza del modelo de mercado y en la creencia en que el sector público debería ser el protagonista de la actividad económica.
Uno de los grandes errores de muchos estudios teóricos y de programas dirigidos a la erradicación del subdesarrollo consiste en centrarse en el análisis de las causas de la pobreza. Y es una equivocación, porque a diferencia de lo que se dice a menudo, la pobreza no es un fenómeno nuevo cuya aparición tengamos que explicar. (…)
…lo que ha dominado la vida de la gran mayoría de la humanidad a lo largo de su historia ha sido precisamente la pobreza.

(Hay que) …encontrar las razones por las que, en un momento histórico concreto, un número limitado de países fueron capaces de crear unas determinadas formas de organización social, basadas en la propiedad privada y en la supremacía del derecho sobre la fuerza, que les permitieron romper el círculo vicioso de la pobreza. Esta forma de organización social constituye la esencia de lo que denominamos el capitalismo, y fue el tema principal de la gran obra de Adam Smith, cuyo objetivo no podía ser más simple y, a la vez, más difícil: determinar por qué algunas naciones se enriquecen y otras no. Lo que produce la prosperidad no son los recursos naturales, sino la sociedad misma que los utiliza.

Un país con un elevado nivel de capital humano y unas instituciones que garanticen la primacía del derecho y el cumplimiento de los contratos libremente pactados entre las partes será próspera, al margen de cuáles sean sus recursos físicos; y, por el contrario, muchas naciones con grandes riquezas naturales se muestran, una y otra vez, incapaces de salir de la pobreza.
Pocas cosas han hecho tanto para perpetuar la miseria de millones de personas que la idea de que la principal causa de la pobreza del tercer mundo es la prosperidad de los países ricos. El problema de esta visión maniquea de la economía mundial de nuestros días, según la cual hay naciones ricas porque hay explotadores y hay países pobres porque hay explotados, no es sólo su falsedad, sino que además cierra la puerta a cualquier programa coherente de desarrollo económico. Mientras las causas de la pobreza se busquen en el exterior y no en los propios países que la sufren no habrá solución. Se podrán diseñar sistemas de ayudas generosas, como condonaciones de deuda o transferencias que alcancen el famoso 0,7% del PIB, o el 1,7, o el 2,7%. Los efectos serán similares: de nada servirá todo esto mientras no se cambie la gestión interna de las economías, siguiendo, por otra parte, el camino ya marcado por todos aquellos países que han sido capaces de salir de la pobreza en las últimas décadas.
Uno de los elementos fundamentales de la economía de nuestros días es su carácter internacional. Vivimos en una economía global, ciertamente. Y lo que sucede en un determinado país rara vez deja de tener alguna influencia en el resto del mundo. El capital se mueve con bastante libertad a través de las fronteras y con un volumen tal que puede causar graves problemas a los países —-avanzados o en vías de desarrollo-— que son castigados por el mercado. Pero ¿supone esto realmente un cambio sustancial en relación con el pasado? Lo cierto es que a cualquiera que esté familiarizado con la historia económica de los dos últimos siglos, el carácter internacional de la economía y la relevancia de los movimientos internacionales de capital en ellas, difícilmente le sonará a nuevo. Lo que la actual globalización significa no es la quiebra de una tendencia, sino la aceleración de un proceso que se inició hace ya mucho tiempo…

Siempre resulta difícil determinar quién es el culpable del fracaso de una negociación multilateral. Pero, en este caso, son los países más ricos del mundo los que han creado mayores trabas a una liberalización real del comercio de productos agrarios. Si esta actitud no puede defenderse desde el punto de vista económico, es inaceptable también desde el punto de vista político, ya que pone de manifiesto la incoherencia de unos Estados que recomiendan —-con toda la razón-— la apertura de fronteras como una estrategia necesaria para el desarrollo, mientras ponen todo tipo de dificultades cuando se trata de recibir importaciones de productos que afectan a un sector de sus economías que consideran especialmente sensible, aunque realmente sea muy poco importante en términos de su aportación al PIB. Y algo similar podría decirse de ciertos bienes industriales intensivos en mano de obra, cuya producción se concentra en los nuevos países industriales, desde los que se exporta al resto del mundo.

Aunque muchas de estas políticas sigan siendo muy perjudiciales para los países en vías de desarrollo, hay que señalar que empiezan a surgir algunos indicios que podrían dar pie a un cierto optimismo, al menos en el mundo de las ideas. El más importante es la visión de que lo que los países pobres necesitan no son economías cerradas, sino un mayor volumen de comercio exterior. Esto significa que se va abandonando la idea que considera el comercio internacional como un instrumento más de explotación del tercer mundo y se empieza a entender que lo que hace daño realmente son las restricciones al comercio. Es tal vez sólo una gota de agua en una mar de ideas erróneas. Pero podría ser el comienzo de una estrategia más sensata en nuestra larga lucha contra la pobreza, que no debería frenar la crisis y la recesión que sufren hoy los países avanzados.

La expresión «desarrollo sostenible» ha cobrado una gran relevancia en la literatura económica en los últimos años. Y, como tantas veces sucede con términos que en algún momento se ponen de moda, no resulta fácil saber cuál es su sentido preciso, si es que lo tiene. La idea de que el desarrollo de una cierta actividad debe ser «sostenible» si queremos que se mantenga a largo plazo es bastante clara. No se puede, por ejemplo, pensar que se podrá seguir explotando un determinado banco de pesca si no se sigue una estrategia racional, consistente en adaptar el volumen de capturas a su capacidad de reproducción y evitar que se capturen ejemplares muy jóvenes. Pero cosa muy diferente es tratar de aplicar estas ideas al conjunto de la actividad económica.

Lo que los teóricos del desarrollo sostenible afirman no es, en efecto, que el crecimiento de un sector se verá afectado en el futuro por su sobreexplotación, sino que el conjunto del desarrollo de la economía en el mundo llegará en un plazo no muy largo al estancamiento por una utilización inadecuada de los recursos naturales.
Siempre he pensado que tal proposición tiene, sin embargo, poco de científica y bastante de metafísica. No hay datos, en efecto, que permitan llegar a tal conclusión con un mínimo de seguridad, y lo mismo que se afirma que el actual desarrollo no es “sostenible”, puede decirse lo contrario. Y, al final, en este debate, lo importante no son tanto los argumentos como las creencias. Quienes están en contra del capitalismo, de la globalización y, en resumen, de la nueva economía que se va abriendo camino en la mayor parte del mundo, piensan que el modelo de desarrollo actual no es sostenible y que nos encaminamos a un desastre a escala mundial. Pero quienes ven en el progreso técnico y en la internacionalización de la economía un futuro lleno de esperanza en el que la pobreza en el mundo se seguirá reduciendo de forma espectacular no comparten, desde luego, tan lúgubres predicciones.
Se equivocaría quien pensara que nos encontramos ante un fenómeno nuevo. Visiones catastrofistas relacionadas con el agotamiento de los recursos naturales han existido casi desde el momento en el que, en algunos países, se empezó a elevar de forma sostenida el nivel de bienestar de la mayoría de sus habitantes. (…).

La economía no funciona así. Lo importante no es la escasez absoluta de un bien, sino la relativa, que medimos por su precio. Así, a medida que el petróleo se encarezca, aumentarán los incentivos para diseñar y utilizar fuentes de energía alternativas. Por ejemplo, el escaso uso que se hace en la actualidad del coche eléctrico no se debe a que éste sea técnicamente inviable, sino a que, con los precios actuales, resulta más eficiente utilizar el de gasolina. Si cambian los precios, la extracción de petróleo se reducirá de forma sustancial y se pasará a usar otras fuentes de energía.
No conviene, por tanto, hacer demasiado caso a los profetas del desastre. Todavía están muy recientes las predicciones del Club de Roma, que hoy nadie con sentido común puede tomar en serio. La humanidad ha mostrado, a lo largo de su historia, una extraordinaria capacidad de adaptación a los nuevos problemas que han ido surgiendo, y hemos conseguido, en gran parte del mundo, una mejora del nivel de vida que hace sólo algunas décadas nadie habría imaginado.

El desafío actual consiste en extender el progreso a aquellos países y a aquellas personas que todavía hoy viven en condiciones lamentables. Y esto no se logra con programas dirigidos a frenar el crecimiento. Lo que para un europeo o un norteamericano con mala conciencia es un programa que pretende salvar al mundo de su destrucción, puede significar la miseria para cientos de millones de personas en otros continentes. Lo que los indios, los chinos o los africanos quieren no es precisamente que el desarrollo se detenga, sino que se acelere. Y esto, como muestra la experiencia de las últimas décadas, sólo se consigue con más globalización y más economía de mercado”.

Selección de pasajes: David Rabinovich
(1) Traducción de Eliane Cazenave-Tapie Isoard. Extracto de la introducción de El capital en el siglo xxi, de Thomas Piketty.
(2) http://www.nuevarevista.net/articulos/la-economia-del-desarrollo-en-el-siglo-XXI.