Semblanza, vivencias
Federico Paolino
Redacción
Allá por 1940, yo tenía 6 años, iba a 1er. año de la querida Escuela “Artigas”. En la vieja Europa morían 6 millones de personas en la cruenta Segunda Guerra Mundial, entre las tropas aliadas de EE.UU., Rusia, Inglaterra y Francia, frente a los grupos nazis, fascistas y del Imperio Japonés; nos enterábamos por los informativos de radios y la prensa capitalina.
Aquí en la tranquila Trinidad, lejos de esa matanza, la juventud jugaba al fútbol. Porongos, Peñarol, Independiente y Regimiento, entre otros, disputaban en el Field Oficial (a partir de 1952 Estadio “Juan A. Lavalleja”); la cancha de Peñarol en el Parque Centenario, la legendaria cancha de La Pedrera (hoy “Julio C. Maciel”).
Los decanos con Mario Recuero, Indalecio Sartti, el Bayano astro, Camirotte, Aguilar, Estévez, Pereira, entre otros; los rojos con los turcos Mila, los Recuero, los Allende. Los aurinegros con los Tourreilles; Regimiento con jugadores del Grupo de Artillería No. 2.
Sin lugar a dudas que el mejor jugador de aquella época lo fue Indalecio Sartti Paolino (mi pariente) conocido como “el Gringo Sartti”, tremendo jugador, técnica depurada, defensa que copaba el medio campo, corría, mandaba, ordenaba a sus compañeros. Vistió los colores de su C. R. Porongos F. C.; también de la celeste trinitaria en los torneos interdepartamentales.
En la plenitud de su carrera deportiva, un amigo tricolor, lo llevó a practicar al Gran Parque Central. Al técnico que era el “Manco” Héctor Castro le gustó mucho; y su compañero que era el famoso “Mariscal” José Nasazzi le dijo al técnico: “Che Manco, te recomiendo que contraten a ese canarito que vino de Flores porque es el único jugador que vino y que cuando agarra la pelota la sale jugando y no la rifa”.
Los dirigentes tricolores le hablaron para que jugara en Nacional, Indalecio estuvo una semana y les contestó: “me voy de vuelta porque extraño mucho a mi madre” (que era doña Elisa Paolino de Sartti, una viejita que era muy buena, curaba el empacho a los niños, entre ellos a mí y mis hermanos y primos) y a todos los gurises del barrio.
Indalecio se volvió a vestir la casaca de su querido Porongos y vivir en la casa con su madre. ¡Qué época aquellas, ¿no?!