Otro día después

David Rabinovich
Columnista

El General Líber Seregni advertía que hay que pensar en “el día después”. Ese en el que, con los resultados a la vista, podemos ver las consecuencias de lo que hicimos bien, mal o regular. También de aquellas cosas que “no hicimos” por pereza, mezquindad, sectarismo… O cualquier otra razón. Todo tiene consecuencias: la acción o la prescindencia.

Transitamos otro largo proceso electoral o quizá -si a los resultados nos atenemos- la sucesión de varias elecciones distintas. Y luego de cada instancia, la comparamos con las anteriores y proyectamos los resultados sobre la próxima. Inexorablemente la gente, los votos, nos dicen que estamos calculando y haciendo las cosas mal. A la izquierda me refiero.
Nos preguntamos ¿cuántos votos tienen? O escuchamos afirmar ¿yo tengo tantos votos? Pero ¿de quién son los votos? Son de la gente, de cada uno en un montón donde todos somos diferentes, pero nuestro voto vale lo mismo que el de la vecina. ¿Qué motiva votar a un partido, una divisa o una persona? Un análisis racional, unas chapas, el arreglo de un camino de entrada al tambo, el carguito que le dieron a un familiar, convicciones políticas, promesas electorales, los programas que nos presentan… ¿Acaso la publicidad?

Lo anterior me lleva a preguntarme ¿cuánto importa la ética, la honradez, el honor, cumplir lo que se promete? ¿Cuánto el interés público o la conveniencia personal? Tantas veces escuché que decir la verdad no trae votos, los espanta. La sociedad individualista y consumista nos ha envilecido y en consecuencia hemos envilecido la política. Una actividad que debería desplegarse en beneficio de la sociedad, de la inclusión y la solidaridad, la hemos transformado en escalera social, en solución de vida individual. La “vocación de servicio” es, a lo sumo, poco más que un recurso discursivo. Las consecuencias son las previsibles.

En San José conocimos el llamado “Milagro maragato” que puso el énfasis, durante más de 40 años, en las políticas de “atracción de inversiones para el departamento”. ¿Qué quedó de tanta bambolla? Si nos guiamos por el resultado de las elecciones locales, el saldo debe ser muy positivo, pero la realidad es más compleja. A nivel nacional, del proyecto de “Uruguay plaza financiera y de servicios” impulsado en los años 90 queda un amargo recuerdo.
Después de 10 años de promover la inversión extranjera, las zonas francas, la “seguridad jurídica”, la riqueza se ha multiplicado, pero concentrada en pocas manos, más o menos las mismas de siempre. Los avances sociales son tan tangibles como insuficientes. Después de promocionar el “Uruguay Natural” hasta el hartazgo, los transgénicos nos han invadido (con todo su paquete tecnológico de herbicidas y fertilizantes). Luego del episodio del agua en Maldonado, constatamos las consecuencias de la “productividad y la rentabilidad” como paradigmas indiscutibles del avance económico.

Acoto al pasar, que en San José no pudimos tomar agua de OSE por varios días como consecuencia de la irresponsabilidad del gobierno local cuando se construyó el nuevo vertedero. Acá los medios hicieron bastante poco ruido en ese momento.
El problema en Maldonado vino a replantear preocupaciones, hay viejas advertencias desatendidas sobre la situación de la cuenca del Río Santa Lucía. Industrias, poblaciones y establecimientos agropecuarios son responsables de un desastre de difícil solución.
Vive para siempre en mis retinas y evoco el temblor que sentí al ver, no hace tantos años, aquellos carteles en manos curtidas por el trabajo, delante de rostros que mostraban determinación y furia: “Rentabilidad o muerte” clamaba un grupo de productores. Todo parece indicar que, en última instancia, será muerte… pero no para todos. Hay sectores más vulnerables, hay fumigadores y fumigados. Si hablamos de rentabilidad hay que recordar, entre otras, la importadora, la exportadora, la financiera, la agropecuaria, la industrial, la comercial… ¿Alguna vez se escuchó hablar de “rentabilidad” del trabajo? Ser maestro, enfermera, peón rural y tantas otras dignas ocupaciones no son “rentables”. Eso se sabe.

En cada elección: internas, octubre, noviembre, mayo; el Partido Colorado ha salido mal parado. Al Frente Amplio y al Partido Nacional les tocó festejar algunos resultados y los golpeó otros. Terminado este periplo, el día después ya estamos pensando en el próximo.
En todos los partidos, por lo menos en los ‘tres grandes’, han quedado heridas más o menos dolorosas, facturas a cobrar, repartos de culpas y asignaciones de éxito. Autocrítica, poca y livianita al menos por ahora.

Pero hay un tema que suele resurgir después de mayo cada cinco años: hay que cambiar la Constitución. Me apresuro a señalar que los problemas más importantes que tiene para abordar una actualización de nuestra Carta Magna no son los electorales. Aunque hay cuestiones que ayudarían a democratizar la política, por ejemplo, regular la financiación de los partidos políticos y de los medios de comunicación para generar más equidad. Hoy llevan una ventaja muy importante los que responden a los intereses de las clases dominantes. Sí, a ese 1% que concentra la mitad de la riqueza, a ese 10% que acapara el 80% de la renta nacional. Somos el único país de la región y uno de los pocos en el mundo que no permite votar a quienes están radicados en el exterior, salvo que tengan condiciones económicas como para venir y hacerlo en el circuito de su credencial. A la democracia ¿qué le agrega el voto obligatorio? O la Cámara de los Lores, que llamamos Senado de la República.
Para qué necesitamos 19 departamentos, 19 Juntas, 19 Intendentes… con 5 o 6 regiones (provincias) y una buena red de municipios que funcionen bien, con autonomía y recursos para las que sean sus competencias creo que sería suficiente.

Nuestra Constitución se supone que se ocupa de proteger los derechos humanos, pero junto con las leyes vigentes privilegia la propiedad y la libertad de comercio sobre el interés público.
Necesitamos una Constitución que democratice el Poder judicial y le dé algo de transparencia a su funcionamiento. Que promueva la propiedad social, la cooperación y la solidaridad, no el individualismo y la competencia que promueven la injusta concentración de los privilegios y su contracara: la marginación.
Resumo: creo que hay que volver a la idea de convocar a una Asamblea Nacional Constituyente que redacte un nuevo contrato social para los orientales. Uno donde el centro sea los seres humanos y sus derechos. Todos los derechos y jerarquizados de forma explícita y transparente. Otra reforma (como la de 1996) que acuda a defender los intereses de los partidos políticos y sus cúpulas dirigentes, sería una verdadera vergüenza.