A 31 años del regreso de Wilson
Ricardo Berois
Partido Nacional
Un 16 de junio, del año 1984, Wilson Ferreira Aldunate, Jefe del Partido Nacional, regresa a su país y pisa suelo oriental luego de un largo exilio.
A 31 años de ese episodio, -no sólo trascendente para quienes integramos esta colectividad, sino para el Uruguay todo-, de una relevancia especial que sumó otro empujón más, al impulso que pusiera fin a una dictadura que por más de 11 años nos arrebató las libertades públicas.
Ya se había instalado en el Uruguay, una mesa de negociaciones donde importantes figuras políticas dialogaban cara a cara con los militares la salida democrática. El año 1984 arrancó con una efervescencia especial, los blancos enardecidos se manifestaban en las calles al grito de “nada, nada, si no es con Wilson no queremos nada”.
En el mes de Marzo, tras la liberación del General Líber Seregni de su largo encarcelamiento, se le da participación al Frente Amplio en las negociaciones con los militares.
Se tejían diferentes puntos de vista sobre el camino a tomar. Las bases del Partido Nacional incentivadas por Wilson, se movilizaban, para de esta forma, derribar a un régimen que estaba -a su entender- tambaleante.
Por el otro lado, algún dirigente del Partido Nacional, conjuntamente con dirigentes de los demás partidos políticos, eran partidarios de una salida negociada.
El Uruguay vivía un clima de apertura, donde se avizoraba un amanecer de la vida cívica, vigorizando los canales para recuperar la institucionalidad perdida.
Con Wilson ya instalado en la hermana República Argentina, -que acababa de tener elecciones, siendo Raúl Alfonsín el novel presidente institucional del vecino país-; se realizaban en la vecina orilla, un sinfín de actos políticos en los que Wilson, con emotivas disertaciones, se reencontraba con gran parte de su militancia.
La noche del 15 de junio zarpa el buque “Ciudad de Mar del Plata II”; la nave que trae al dirigente nacionalista estaba repleta de pasajeros, familiares, amigos, dirigentes políticos, militantes nacionalistas y periodistas nacionales e internacionales; más de 500 personas acompañaban a Wilson Ferreira en su regreso.
De este lado, lo espera una dictadura que no estaba dispuesta a hacerle fácil el regreso y una multitud histórica de uruguayos que no se amedrentaron, a pesar de las amenazas y la orden de las Fuerzas Conjuntas de que no acudiéramos a su encuentro.
Ya en aguas jurisdiccionales uruguayas, ocho naves de guerra escoltaban al buque “Ciudad de Mar del Plata II”, el que fue abordado por el prefecto de la Armada, quien le dice a Wilson “que venía en son de paz” y al que Wilson le responde “no parece…”.
La Armada pretendía que la nave no llegara a puerto, -cosa que Wilson se niega rotundamente y ensaya su estrategia para impedirlo-. A las 14 y 30 de ese 16 de junio el barco amarra en puerto de Montevideo, y en medio de las estrofas del Himno Nacional que comenzaron a entonar los pasajeros, Wilson se despide junto con su hijo de familiares y compañeros.
En tierra, los militares lo esperaban, mientras él caminaba al son de los gritos de la gente: ¡Viva la libertad! ¡Viva la República! Y antes de entregarse a sus carceleros, se dio vuelta y con esa amplia sonrisa que lo caracterizaba, levantó los brazos y sus manos con la señal de la “V” de la victoria, foto que perpetuamos en nuestra retina y que ha trascendido en la historia, como testimonio significativo de los momentos vividos.
Trasladado en helicóptero a nuestra ciudad, es recluido hasta una vez terminado el proceso electoral, asegurándose el gobierno de facto así, que Wilson Ferreira quede fuera de la contienda electoral.
Estos hechos son parte de la historia, pero es bueno recordarlos para reivindicar en ellos la lucha de un pueblo por sus libertades.
Fuimos testigos militantes de estos episodios, que nos marcaron para siempre la importancia de las Instituciones, es por eso que tenemos la obligación de trasmitirlo, para refrescar memorias y trasferir estos valores a las nuevas generaciones.
Vivimos momentos bien distintos, pero no tenemos que olvidar nuestro pasado, por más agotadores que sean los procesos eleccionarios, éstas son las legítimas herramientas para conservar y consolidar las instituciones y con ellas defender las libertades públicas.