Bicicletas…¡¡”del pueblo”!!
ESTAMPAS DE MI CIUDAD
Lic. Hugo Varela Brown
Redacción
El enorme parque automotor que ha invadido nuestro país origina en todas partes continuos embotellamientos en el tránsito, para el cual la infraestructura vial no está preparada. Ni hablar los fines de semana largos y las épocas de vacaciones, pero como de nostalgia también vive el hombre y la mujer, por ahora dejemos que los intranquilos choferes de la actualidad se arreglen como puedan y pasemos a hacer conocer o a revivir -según las edades- las etapas pintorescas cargadas de particularidades de las épocas en que nuestra Trinidad tenía el neto predominio de la bicicleta, que al parecer en varios países del mundo ha comenzado a promocionarse y está ganando espacios. Ecológico y barato resulta, tan solo hay que tener entrenamiento físico y mental para meter pedal, en lo posible si existen pocos repechos, mejor aún.
De este cambiante mundo contemporáneo, retornamos a aquellos tiempos donde los ciclistas usaban un palillo en el pantalón para que la cadena no le agarrara el dobladillo de la pierna derecha; no se usaban cascos ni chalecos fosforescentes, eran los momentos de las bicicletas de frenos de varilla, asientos duros de cuero, guardabarros con mallas protectoras (para las mujeres) y luz a base de dínamo que de a poco te iba comiendo la cubierta.
Los pozos y las piedras sobresaliendo estaban a la orden del día, sobre todo en las calles barriales donde poco o nada se veía en las noches porongueras. Si les digo que existía el juego a quien se metía en más pozos por cuadra tal vez no me van a creer, pero como lo experimenté en forma personal la verdad está a flor de piel.
Siendo la bicicleta el principal medio de locomoción individual (había también carros tirados por caballos y algunas cachilas a bigote a las que se les daba manija para arrancar) en cualquier espectáculo público como cines, bailes, fútbol, etc. proliferaban las bicicletas de tres categorías, las de varón, con cuadro tradicional, las mixtas con dos caños hacia abajo y las de mujer sin “cuadro” como le llamaban, parecidas a las mixtas pero con un solo caño ovalado.
A decir verdad en esos tiempos no eran bien visto que un hombre anduviera en una de mujer, y aún muy pocas mujeres se aventuraban a andar de anchas polleras en bicicleta, pues los pantalones femeninos aún faltaban con aviso, pues pocas, muy pocas comenzaron a aventurarse a usarlos.
Hecha la introducción del tema, y situando al lector en un contexto que muchos no han vivido, paso a fundamentar la razón del título de estas pedaleadas líneas.
Cuando la concurrencia primero al Cine Artigas y luego al Plaza era numerosa -lunes populares o viernes y sábados- las veredas se llenaban de bicicletas, tanto fue así que el Toto Rivas y Xiviller, propietarios del Artigas, autorizaron a dejarlas en la antesala del Cine era un verdadero paisaje original ver la cantidad de bicicletas en ese lugar, algunos debían esperar que vinieran los dueños de las “de más arriba” para llegar a las suyas, “las de más abajo”.
Por su parte en el Cine Plaza, se dejaban frente a la Plaza o bien frente a la Comisaría 1ra., haciéndole una guiñada o saludando al policía de puerta, como diciendo: “Queda ahí… te la encargo”.
Nuestra Plaza Constitución rebozaba de ruedas y pedales… pero no todos entraban al cine, había grupos de muchachos que quedaban largas horas conversando en los bancos de color verde y muchos sabían de quienes eran las bicicletas, por lo que optaban por irse en la chiva ajena a jugar un casín al viejo Porongos, al Nacional de Berro, al bar Los Carpinteros o a La Picada, yendo también varios a cenar a su barrio y luego de comer un guiso ensopado, retornaban a su lugar en la plaza.
Cuando había intervalo entre una película y otra algunos se percataban que su bicicleta no estaba, y decían: “Fue fulano hasta la casa, viene a las once…”, y al salir de la función la encontraba en el mismo lugar.
En algunos casos que se salía apurado del cine, generalmente cuando había películas de terror, se iban a pie y se acordaban cuando iban a dos o tres cuadras de su domicilio que habían ido en bicicleta, muchos la dejaban hasta el otro día para no hacer las cuadras solos, máxime teniendo presente la película que habían visto y la oscuridad reinante.
Las bicicletas “del pueblo” estaban a la orden, era una costumbre casi familiar que se reiteraba en las noches porongueras, donde aún no se competía por quien tenía mejor “cuatro ruedas” que lugar se iba a hacer turismo. Tiempos de funciones populares, de leche caliente con gofio y refuerzos de mortadela al llegar a casa, sea en bicicleta o a pie. También algunos más aventurados disputaban carreras con las chivas ajenas en un circuito que iba hasta la Plaza de Deportes, aunque de vez en cuando el policía de guardia les “frenaba el carro”… mejor dicho la bicicleta.
El ritmo de Trinidad –al amanecer- recobraba su lento transitar en dos ruedas, claro está… ¡¡de mujer, mixta o de varones!!