Nostalgias del terruño: “La casa de los Castro”

ESTAMPAS DE MI CIUDAD

Lic. Hugo Varela Brown
Redacción

Histórica y tradicionalmente nuestros departamentos del centro del país se han caracterizado por tener parte de sus jóvenes en la capital, ni todos ni tan pocos, únicamente aquellos que de alguna manera logramos -por décadas- ya sea a través del apoyo familiar, becas, residencias municipales o universitarias, radicarse en Montevideo  para estudiar o buscar empleo.
Grupos de porongueros por diversas generaciones se constituían y aún lo hacen, en la capital, acompañándose mutuamente ante una fría soledad y profundo extrañar al terruño y a lo que todos dejábamos en el proceso de alejarse del pago. En lo medular, las vivencias de los porongueros en Montevideo, reflejan la necesidad común de juntarse, darse una mano, combatir la nostalgia, añorar al pago.
Siempre hubo gente de Flores en la capital que se han reunido, que han compartido momentos gratos, que han tenido intereses y excusas comunes para estar juntos, algunos se agrupaban en pensiones comunes, otros en hoteles o casa de familiares, algunos departamentos poseían ya Casas de Residentes y Hogares Municipales, como ocurrió en años posteriores.
Nuestras vivencias que no son únicas ni originales, tal solo reflejan los avatares de una generación o dos que se fueron reuniendo en la capital teniendo algo en común: el ser de Flores.

A fines de la convulsionada década de los 60, donde los estudiantes comenzaban duras luchas con el despótico régimen de un gobierno autoritario, habitaba en el centro de la capital una familia que había vivido por largos años en Trinidad, más concretamente detrás del Liceo 1, en Batlle y 18 de Julio, frente al entonces Corralón Municipal, era la familia del Juez de Paz de Paysandú, don Esperanza Castro, con varios hijos: José, Daniel, Gladys, Beatriz y Luisito (y su muy cariñosa madre Gladys),  que asistían al liceo junto a un grupo grande de amigos y conocidos que todos los sábados de tarde nos reuníamos en las canchas del Parque Centenario para jugar al fútbol.
El tiempo pasó, los años liceales se fueron yendo, y la familia se radicó en la entonces Médanos 1219, a dos cuadras del Monumento al Gaucho, hoy Javier Barrios Amorín, en Montevideo. Fue allí en la “casa de los Castro”, como todos la conocían que nos comenzamos a reunir los que luego seríamos algunos de los que seguimos  la brecha que culminó en  la Casa de Residentes de Flores, con nueva gente y otros compañeros.
Podemos sintetizar tres claros momentos de estudiantes radicados en la capital: la primera, reunidos por el fútbol en la cancha de Misterio,  allá en Rivera y Propios, donde nos juntábamos en horarios nocturnos para disputar partidos con muy escasa iluminación con Julio y Luis López, Goyo Lafont,  Alvaro Molinari, Mario y Omar Ferraz, Hugo Fontela, Luis Aguilar Sasseti, Daniel y José Castro, Héctor “Pocho” Tajam, Hebert Sejas, Jorge “Flaco” Etchandy, Marito Grezzi, Arturo “Cochono” Bula, el autor de esta nota y algún otro que se me puede escapar de mi frágil memoria, parte de estos nostálgicos porongueros. Hoy ya entrados en canas y otros que ya no nos acompañan, nos reuníamos informalmente en la popular y nunca olvidada “casa de la calle Médanos” (la casa de los Castro) donde la hospitalidad era notable para acoger a toda la barra de estudiantes que andábamos de aquí para allá en los duros años estudiantiles en Montevideo.
De allí surgieron equipos de fútbol, organización de beneficios, encuentros informales, enfrentamientos deportivos, espacios  de solidaridad, diálogo y nostalgia, para aquellos que nos encontramos lejos de nuestro Flores.
El tiempo fue pasando, los años nos fueron separando como marca la vida y aquellos pioneros de la Casa de Residentes de Flores -sin llevar oficialmente su nombre- cultivamos la  idea difícil de lograr: transformar aquel grupo en una verdadera institución poronguera.
Había también otros compañeros que integraron equipos de fútbol como excusa para juntarnos los fines de semana y que hacían los sacrificios para culminar sus estudios o encaminar actividades laborales, teniendo  sostén en sus respectivas familias, que de alguna forma u otra se incorporaron al ideal de estar juntos en la capital, integrando un equipo de fútbol, que posteriormente se afilió a la Liga Universitaria donde pioneros como Gunter Roztinguer, Horacio Robledo -de gran gestión como presidente  de la Casa de Residentes de Flores-, Fredy Robledo, Enrique Pollero, Eduardo Montes de Oca, Armando Castaingdebat  y muchos otros, consolidaron ambas iniciativas: el Flores Universitario que ingresó en la Liga Universitaria y la Casa de Residentes en diversas  instancias que marcaron en aquellos momentos la notable excusa de estar juntos, de vernos al menos los fin de semana, de hacer dedo juntos en el puente Santa Lucía para venir para Trinidad.
Una evocación muy especial e imposible de olvidar del aporte de otros coterráneos como Kimal Amir en la posterior labor de nuestra Casa, los hermanos Bula, Lucho López y tantos otros porongueros que se fueron arrimando a los símbolos que nucleaban la  nostalgia del terruño, siendo costumbre las reuniones anuales de varios integrantes de la incondicional barra.
La Casa de Residentes de Flores, con el apoyo de las administraciones municipales fue luego y es hoy una maravillosa realidad social para todos los porongueros radicados en la capital.
En su historia muchos coterráneos pasaron por sus comisiones, colaborando anónimamente en actos culturales, deportivos, asistencia social y residencia. De aquella casa de familia en la cual vivían “los Castro” de la calle Médanos 1219, se transformó en la actual de la calle Magallanes casi Durazno, en donde también la familia Salvo-Cabral tiene su lugar en su historia porque supieron  dar sus mejores esfuerzos en nuestro segundo hogar.
Mezcla híbrida de edades, hombres y mujeres, jóvenes, adultos y de tercera edad, todos dieron algo para que la gente de Flores se autoconvocara y  pudiera sobreponerse a las dificultades económicas de tener sus puertas abiertas, para servir a todos los que la necesitaban, para mantener la vigencia de estar juntos como en el liceo o en los clubes deportivos de nuestra Trinidad.
Al hacerse realidad la Casa de Residentes -con el apoyo municipal- de tanto en tanto el sonido del dos por cuatro, sus cenas de fin de año, sus encuentros de confraternidad, sus loterías benéficas, decían y dicen  presente, como antes en otros lares… con otros compañeros, pero con un cometido común: unir a los porongueros radicados en la capital. Y allí están en su historia, en sus anécdotas, en sus colores celestes, en sus servicios prestados, en los momentos de unión y de reunión de las lúgubres pensiones del Cordón, donde se convivía soledad y alegría, nostalgia y experiencias, estudios y deportes. Ni son las más originales, y menos aún las únicas  vivencias de porongueros migrantes que  llena está en las diversas generaciones de nuestro Flores en la capital.
En el mes de la nostalgia, nuestro recuerdo a esos inolvidables momentos que hunden sus raíces para levantar luego los cimientos de la Casa de Residentes donde un pedazo grande del departamento ha escrito sus propias historias montevideanas… desde la “casa de los Castro”, sin dudas comenzó a marcarse un importante mojón que nosotros evocamos en el Mes de la Nostalgia.