Los Burros del Corralón…
ESTAMPAS DE MI CIUDAD
Lic. Hugo Varela Brown
Redacción
Si les cuento sobre una fecha exacta y para que más de uno me entienda, lo que paso a redactar se planteaba allá sobre fines de la década del 50, cuando los gurises aún usábamos la bombacha bataraza que era una especie de pantalón hasta la rodilla, pero con elásticos y las mujeres no eran muy bien vistas si usaban pantalones… así que pueden ir imaginándose esos viejos tiempos, cuando el Beyruti aún estaba en Fray Ubeda y Fondar, donde aún se jugaba a los pingos de Maroñas.
Eran esos tiempos, tal vez unos añitos más o menos, cuando el famoso y conocido Corralón se erigía con firmeza allá en la calle Batlle frente al “liceo nuevo”, en el cual se vendían productos de primera necesidad a menores precios y la carnicería era verdadero ente testigo, apreciándose largas colas en tempranas horas de la mañana porque el puchero y el pecho cruzado eran los primeros en acabarse.
Era también allí el depósito, corral o como ustedes quieran denominarlo de los populares burros del corralón, que eran prendidos a los carros municipales quienes recogían la basura a lo largo y ancho de la ciudad.
Los burros del corralón eran famosos no sólo por su esforzada función diaria, sino por los refranes, dichos, sugerencias y bromas que la gente intercambiaba al respecto. Por ejemplo, había un clásico dicho de esas viejas décadas porongueras que decía: “sos como los burros del corralón, porque hacés como que trabajas y vivís parando en los boliches…”.
También algunos hacían bromas tomando como base a los “pobres e indefensos burros”, para afirmar que pasaban todo el día en la calle. Esto generalmente se les decía a la gurisada que poco paraban en sus casas pues los baldíos del barrio invitaban a los partidos con pelota de goma.
Lo cierto y concreto es que los famosos burros del corralón eran prendidos en los carros municipales todos los días, a excepción de los domingos, para recoger la basura en los barrios de Trinidad. Existía además una chacra municipal donde era su albergue y su lugar de descanso en las afueras de la ciudad. El gran problema que existía bajo este sistema recolector era que los encargados de recoger la basura, que eran dos funcionarios municipales- que iban en el carro- no tenían muy claro hasta donde se podía llenar dicho recolector, por lo que en algunos barrios se apreciaban desperdicios que el propio transporte iba tirando por los orificios traseros.
En algunos muy concretos lugares, generalmente de lo que en esos tiempos era área suburbana, hoy absolutamente transformada, los responsables de la basura paraban en algún boliche de los que se podían apreciar, generalmente en los barrios Ribot, La Pedrera, el Peñarol, el Artigas se tomaban una cortada con limón y a veces más de una, mientras los burros descansaban a la sombra de algún ombú o paraíso de su duro trajinar ciudadano.
Con el correr del tiempo pasó a ser una nostalgiosa postal las incesantes entradas y salidas de los carros con sus dos respectivos burros desde el tradicional Corralón. Podían verse también aunque en menos proporción carros tirados por cuatro burros, en los casos que se debían hacer cargas especiales y se requería mayor fuerza equina a tales efectos.
En el vertiginoso pasaje de una realidad que ya no está pero que aún tiene gran parte de fábula, la imaginación nos conduce a los grandes trofeos de la nostalgia, como fuente y reserva de la vida que ha pasado por nuestra Trinidad.
La brecha entre aquellos tiempos y estos cada vez se extiende más, la lluvia que irriga los barrios polvorientos de la ciudad de tierra y balasto dificulta aun mas el duro esfuerzo de los funcionarios del municipio, y refresca a los populosos burros del Corralón, que al parecer no sólo se conocían por las bromas y dichos de la jerga popular, sino que en la brecha del esfuerzo pensamos que debían tener su lugar en nuestras Estampas de una ciudad que ya no está; ellos también sufrían con los dientes apretados las inclemencias del tiempo, las esperas bolicheras y las cargas del carromato. Su destino estaba prefijado y dependía en mucho de la voluntad de quienes los manejaban, la existencia de las famosas canillas públicas en varias esquinas barriales eran utilizadas para refrescar la “burrada” y de paso a los obreros del Municipio.
De sol a sol la vieja Trinidad, aunque le cuesta, va cambiando su aspecto… en su historia queda un pedazo grande de lo acontecido… donde los Burros del Corralón merecen un final con mayúsculas!!