Las cosas que no deben ocurrir nunca más
Cada cinco años, cuando se elabora el presupuesto quinquenal por parte del gobierno que asume su gestión, se produce una verdadera avalancha de información proveniente de los debates, de las opiniones a favor y en contra sobre la distribución de los recursos y de las movilizaciones que deciden realizar los distintos gremios, reivindicando demandas que a su juicio no están contempladas en ese “paquete” presupuestal.
Eso es habitual, hasta diríamos que es normal, porque es lógico que todos los sectores del quehacer nacional no estén de acuerdo con las resoluciones del Poder Ejecutivo respecto a la asignación de las partidas, porque cada uno tiene sus naturales aspiraciones, no solo en materia salarial, sino en otras áreas que hacen a la infraestructura para un mejor desarrollo de la gestión.
Es así que se han producido movilizaciones muy fuertes, especialmente a nivel de los gremios de la enseñanza, que es donde se ha centrado el debate, sin desconocer que también a nivel de la salud y de otros sectores también ha habido reclamos en las calles, con marchas e incluso ocupaciones –como sucedió en Trinidad en el Liceo Departamental Nro. 1- en el marco de una convivencia pacífica, de respeto a los derechos consagrados en la Constitución.
Nada de eso pudo extrañar, ni sorprender, porque ha sido así en los momentos previos al envío del presupuesto al Parlamento Nacional, y en tiempos de análisis del proyecto de ley por parte de los legisladores en el Palacio de mármol.
Lo que sí extrañó y sorprendió fue lo sucedido el martes por la noche, durante la desocupación del local del CODICEN en la capital del país, donde se pudieron ver escenas que no son propias de este tiempo. Escenas de violencia inusitada, de enfrentamientos muy duros entre manifestantes y fuerzas de choque, pedreas y palos que impactaban sobre cuerpos caídos e indefensos, gritos y sirenas de vehículos policiales.
Tristeza, mucha tristeza nos causó observar esas imágenes de violencia en la calle, que son la expresión de una realidad muy cruda, y que, aunque involucran a unos pocos sucedió aquí, en nuestro país que ha sido ejemplo en el mundo por su tolerancia, por su comprensión y sobre todo por su espíritu de diálogo para zanjar aún las más profundas diferencias.
No podemos entender cómo se llegó a ese extremo, solo los intolerantes podrían comprenderlo, solo aquellos que son capaces de forzar situaciones nefastas para demostrar quién es más dominante.
No justificamos que alguien se abrogue el derecho a desafiar a la violencia y tratar de provocarla, pero tampoco que los responsables de mantener el orden impongan la ley a palos, emulando a los que en la década del 70 y parte del 80 se creían que la mejor forma de gobernar era a través de la represión. Ni una cosa ni otra.
Es hora de crear los ámbitos necesarios, y para eso están los que estudian para eso, para que la sociedad uruguaya pueda retomar los caminos de encuentro, de tolerancia, de paz, más allá de las diferencias.
Pensemos que los hechos ocurridos el martes pasado hayan sido la excepción a la regla, y que nunca más veamos situaciones similares, por el bien de la libertad y de la democracia que gozamos.