“La urgencia del largo plazo”

“Una forma incruenta de cometer el harakiri”, es el título de un artículo de Ana Inés Larre Borges en Brecha 25/09/15 en el que nos enteramos de una sorprendente resolución del gobierno japonés sobre educación.
Mirtana López
Columnista
El decreto, firmado por el Ministro de Educación Hakubun Shimomura, ordena a las universidades estatales a cerrar las cátedras de humanidades y de ciencias sociales “o que las transformen para que puedan ser útiles en áreas que llenen mejor las necesidades de la sociedad”. El relato no parece real y quizá desconfiaríamos de su veracidad si no proviniera de una estudiosa quien, además lo confirmó: Nos cuenta que se contactó con su amigo Kazumori Hamada, profesor de literatura hispanomericana y especialista en Felisberto Hernández, quien respondió desde Tokio: “Lamentablemente la noticia es verídica. (…) Una vergüenza, una miseria”.

La medida fue comunicada a más de 80 Universidades de las que 26 ya han asumido un cambio que comenzarán a aplicar en 2016 por el que cerrarán sus facultades de humanidades y de ciencias sociales. Es la concreción de la tendencia a suprimir de la cátedra todos aquellos conocimientos que no sean “directamente prácticos” en un país de población avejentada para el que se proyecta un decrecimiento significativo de la matrícula universitaria hacia el año 2018. También es cierto que en él existe una “presión exagerada sobre los investigadores que, si no muestran resultados, pierden su puesto y, como colectivo, soportan la acusación de haber tirado nuestros impuestos a la alcantarilla”.

Como para tantas otras ignorancias el interés despertado por el artículo citado nos lleva a Internet. Entonces encontramos información que nos relata cómo, mientras decenas de instituciones terciarias se plegaban a la decisión del gobierno, dos de las principales, de Tokio y de Kioto, así como otras de prestigio en el país, anunciaron su oposición a la medida. El presidente de la Universidad de Shiga, Takamitsu Sawa, deploró la `postura anti intelectuales’ del gobierno, que sigue `evaluando la enseñanza académica y las ciencias en términos utilitarios´. La disposición entra en el marco de lo que se ha dado en llamar las Abenomics, o sea las medidas impulsadas por el primer ministro Shinzo Abe para darle un nuevo impulso a la economía japonesa. Otro dato a tener en cuenta es que `la enseñanza superior en este país está bajo el ala del Consejo para la Competitividad Industrial, en que figuran principalmente dirigentes de empresas del mundo de la ingeniería y la economía´.

En un país con una cultura milenaria tan variada y auténtica, no podemos creer que el dinero utilizado en promoverla y desarrollarla al profundizar sus estudios humanísticos pueda considerarse un desperdicio, aunque Kazunori asegure que a veces se siente que se “ha fracasado en utilizar su sabiduría para impulsar la economía del país aunque nadie aquí quiera asumir responsabilidades”.

Son reflexiones sobre intentos de soluciones a los problemas educativos de un país tan diferente al nuestro que nos parecen incomparables. Sin embargo, cuando leemos esa resolución ya tomada que suprime estudios humanísticos y de ciencias sociales, revivimos discusiones nuestras. También entre nosotros, entre destacados políticos y educadores, hay quienes interpretan como una necesaria batalla contra lo humanístico el desarrollo de las nuevas tecnologías; como si la declinación de aquella cultura fuera a nutrir el crecimiento más rápido de las disciplinas que actualmente se consideran preponderantes. Más rápido; soluciones inmediatas, prácticas y exactas para cada caso. Todo lo contrario de “la urgencia del largo plazo”, la única y verdadera urgencia que deberían tener las transformaciones educativas. Así, de forma magistral lo expresa Juan Carlos Tedesco al titular un nuevo libro: “La educación argentina hoy. La urgencia del largo plazo”. Exacto.

A riesgo de aparecer como promotora de ventas, copiemos un concepto de la contratapa: “¿Es posible que la educación llegue al debate político y ocupe la atención de los medios y la ciudadanía sólo cuando se producen huelgas docentes, hechos de violencia en las escuelas o cuando se publican las tablas de posiciones de las pruebas internacionales que miden resultados de aprendizaje? Frente a esta lamentable constatación, los más reconocidos especialistas proponen repensar la educación superando los falsos dilemas ideológicos que reducen la discusión a supuestas posiciones progresistas o “tecnocráticas”. A las primeras, la defensa de la justicia social les impide hablar de excelencia académica y responsabilidad por los resultados; a los sectores preocupados por la eficiencia, les parece que la condición necesaria para lograrla es seleccionar y excluir a los que no accedan a los estándares definidos como metas. La educación argentina hoy revisa estas dificultades para instalar una agenda concreta de trabajo, en la que el ideal incuestionable de la inclusión no sea sinónimo de bajo nivel de exigencias”.

Para encarar bien esa lucha hay que actuar con “la urgencia del largo plazo”. Comenzar por reconocer la significación del trabajo que realiza cada docente tanto con la remuneración dignificante como con la exigencia académica, con el apoyo de los técnicos sociales en la verdadera inserción de los jóvenes estudiantes como con una mayor y larga paciencia que no podrá desconocer la influencia que “todas las pantallas” tienen en la formación juvenil actual. Pero esa mayor y larga paciencia nunca podrá ser capitaneada por quien sepa manejar gremios. Si bien ya no podrá ser orientada por Miguel Soler, sí podrá serlo por alguien que en su sabiduría se inspire.

Por ejemplo:
`Dice el Banco Mundial en su obra Prioridades estrategias para la educación, publicada en 1996: “La contribución de la educación se puede calcular por su efecto en la productividad, que se mide comparando la diferencia de ingresos a través del tiempo de las personas con y sin un tipo determinado de educación, con el costo para la economía de producir esa educación. Esta medida se conoce como la tasa de rentabilidad social de la inversión en educación´. Al Banco Mundial le preocupa que la educación sea rentable. A nosotros, que sea un camino emancipador. La diferencia es abismal.” (1).

Miguel Soler Roca: Educación y emancipación humana.

Trinidad
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