Jerónimo Arregui Ayestarán, un artista que construye identidad con su propio talento, orgulloso de donde viene

Jerónimo Arregui Ayestarán hace tres meses se vino a Flores e instaló su taller de arte en Trinidad, muy cerca de la “casa de los Arregui”, donde hoy vive, frente a Plaza Flores. El destino hizo que este muchacho que residió toda su vida en Montevideo –donde se formó a partir de su vocación de artista- llegara a este departamento, al que todavía conoce poco porque sus visitas más frecuentes eran de niño y recién ahora comienza a hacer su vida como un “poronguero” más.

En esta sociedad se está insertando por “su propia cuenta”, a expensas de su talento artístico, ese mismo -o parecido- al que cultivó su padre Martín Arregui, cuyo legado permanecerá por siempre en su pueblo. Legado que forjó en su taller, en el que supo vivir haciendo lo que quiso, pintando, escribiendo, compartiendo, amando…

Jerónimo –su hijo- decidió cambiar su residencia a mediados de este año, para seguir haciendo lo que sabe, luego de sufrir en enero pasado la muerte de su madre, Sol María Ayestarán, y casi coincidentemente recibir la invitación que le hizo su tío Alejandro para venirse a Flores… el “Negro” Alejandro Arregui para sus amigos, ese que se graduó de “guapo” cuando tuvo que luchar con sus razones en la peor crisis, para poder quedarse en la tierra donde nacieron y crecieron los de su sangre.

Transitando ese camino llegó a Flores este joven artista, orgulloso de sus apellidos, pero convencido que la identidad se construye con lo que cada uno es capaz de hacer en la vida.  Jerónimo tiene marcadas en sus genes las hondas huellas de los Arregui, una familia consustanciada con las letras, con lo político, con las más variadas expresiones del arte. También de los Ayestarán, su abuelo Lauro fue un musicólogo extraordinario, profesor de investigaciones musicales, profesor de folklore uruguayo y rioplatense de la Escuela Municipal de Música y de la entonces Facultad de Humanidades y Ciencias de Montevideo, parte de cuya obra pudo ser rescatada por su hija, Sol María Ayestarán, una mujer que estimuló a su hijo a hacer lo que le indicó su vocación, segura que en él había “buena madera” y no pocos antecedentes.

Jerónimo eligió formarse en la Escuela Nacional de Bellas Artes pensando que sus primeros trabajos iban a servir para armar su propio taller, desde donde moldear sus creaciones que le sirvieran para edificar su futuro. Y así fue. Ese taller de alfarería con tornos, hornos y utensilios para trabajar la arcilla está hoy en Flores, para que este muchacho de sereno temple elabore con gran sutileza piezas en diferentes técnicas, esperanzado en ganarse su lugar en nuestra sociedad.

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Durante tres meses Jerónimo Arregui estuvo trabajando en el taller que ubicó sobre calle Carlos Farro Debellis, a media cuadra de donde su padre Martín pintaba sus cuadros y disfrutaba de las tertulias con los muchos amigos que tenía.

Pero esta vez, el miércoles por la tarde, Jerónimo no estaba con los hornos a mil grados, sino que preparaba la mudanza, juntando las cosas en un espacio que dejaba traslucir mucha tarea acumulada. No duda en dejar de ordenar sus cosas para atender a ECOS REGIONALES, mientras comenta que su próximo destino será el establecimiento rural de los Arregui, donde asumirá una experiencia nueva, seguramente gratificante porque, según él, la naturaleza aporta riquezas al espíritu creativo.

Primero habló sobre su vida.
“Viví siempre en Montevideo y estudié en Bellas Artes. Hice de todo un poco, fotografía, pasando por escultura y por muchas cosas más, hasta que conocí la cerámica y me enamoró. Hace diez años que estoy en el taller haciendo cerámica y me enamoró porque vincula todo, mezcla el tema de pintura con la escultura, y eso además me permitió conocer la alfarería. En el torno tuve el otro amor”, expresó sonriendo Jerónimo.

“Martín con su arte siempre me vinculó a esto, pero en realidad toda la familia le dio mucha importancia a lo cultural; mi abuelo (Lauro Ayestarán) fue musicólogo, por lo que la música y la parte plástica siempre estuvieron en mi vida”, admitió el artista, aunque reconoce que en algún tiempo la Arquitectura lo sedujo porque desde niño le gustó crear a través del dibujo.

“Al final hice Bellas Artes y me quedé con la cerámica; el barro te permite volar para donde quieras, pero a medida que te vas metiendo a ese mundo te das cuenta que es complicado, no es fácil porque manejar pasta, manejar esmalte y todas esas cosas lleva un montón de tiempo e investigaciones. Pero salí adelante; mientras cursaba la carrera me iba haciendo el tallercito en casa, que empezó con una mesita y un palito hasta que mi madre me compró el torno porque ya había empezado con la alfarería. Torneaba piezas crudas –platos, fuentes- y las vendía, hasta que me pude comprar el horno. Ahí di un paso importante para seguir armando el taller”, comentó Jerónimo a ECOS REGIONALES.

Acceder al mercado montevideano no le fue fácil, pero Arregui Ayestarán se las ingenió para ganar sus primeros espacios con insistencia, pero sobre todo poniendo énfasis en la originalidad y en la calidad de las piezas que ponía a la venta, primero en el Mercado de los Artesanos, también en la zona del Puerto donde los turistas suelen adquirir los “recuerdos” de Uruguay.
Por ese tiempo también dio clases en la Escuela de Bellas Artes, y poco después comenzó a producir a una escala superior en un taller más amplio y cómodo.

“Se puede vivir de esto, pero hay que atravesar varias etapas, entre ellas que te vayan conociendo. El arte es así. Montar un taller de cerámica es muy laborioso, exige muchas herramientas, pero de a poquito es posible hacerlo, caminar y proyectarse hacia los mercados”, resumió Jerónimo.

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¿Cuánto le aportó Martín Arregui a Jerónimo Arregui?, fue la pregunta que surge como natural, viendo que el arte fue fundamento de vida del exitoso plástico, de la misma manera que lo es ahora para su hijo.

“A Martín casi que no lo conocí. Apenas tuve trato pero después que falleció me llegaron obras de él, y fue a través de sus trabajos que lo conocí más. Fue realmente muy importante, veo su obra y es impresionante. Fue viendo esas cosas que fui armando un poco el puzle de mi padre, pero traté de independizarme de eso. Nunca me gustó usar su nombre, su apellido… está todo bien pero siempre quise hacer mi camino”, sostuvo el joven.

Recuerda que a su padre lo vino a ver solo tres o cuatro veces, siendo niño, cuando Martín tenía el taller en su casa.
“Ese taller era algo mágico, impresionante, y de niño ver esas cosas fue muy importante”, admitió.

A Jerónimo le impacta particularmente la macroescultura Zooilógico del Futuro, situada a pocos quilómetros del acceso a Trinidad, por la Ruta 3.
“No solo me encanta la instalación, sino el concepto… es brutal. Veo que Martín tenía ideas muy acertadas y las plasmaba muy bien; un ejemplo es éste porque la destrucción de la naturaleza está perfectamente concebida en esa obra. Con un trazo, con una silueta decía todo. Eso fue lo que busqué también con el dibujo, algo lineal, sencillo pero con contenido”, explicó.

“La parte de pintura de mi padre fue impresionante, miro los cuadros y siempre les encuentro algo nuevo. Eso me encanta, la mezcla de una cantidad de cosas. En cambio yo pinté de chico, después me dediqué a la cerámica y dejé aquello, aunque reconozco que todas las expresiones del arte me gustan”, agregó.

Su abuelo Mario Arregui murió cuando Jerónimo tenía 5 años apenas, pero recuerda que “era una persona muy especial. En mi vida Mario juega mucho porque era un personaje que me fascinaba, siempre lo tuve presente, más que a Martín, creo. Después que falleció Martín me interesó mucho venir a Flores, ya con 9 años quise conocer a la familia, a sus amigos, siendo así que me fui metiendo un poco más en la vida de los Arregui porque en realidad estuve bastante desvinculado a ellos. Pero ahora estoy bien, contento, me encanta Flores, su gente…”, expresó el artista.

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Jerónimo Arregui Ayestarán muda su taller para el campo. Los hornos, el torno, las demás herramientas, las piezas de cerámica que faltan terminar las carga en una “zorra” que Alejandro traslada desde el establecimiento rural. Como toda “mudanza” es un lío, pero el artista mansamente sabe dónde tiene que ir cada cosa. No importa el tiempo, sino que llegue todo sano.

“Ahora me voy a la campaña,  y la verdad que nunca me lo imaginé. Creo que va a ser una buena experiencia porque me va a permitir concentrarme más en el trabajo. Digo esto reconociendo que casi no conozco el campo, es una cosa muy nueva para mí. Yo tengo un perfil tranquilo, entonces me puedo entender ahí. Para la cerámica está bueno ese tipo de espacios, porque son procesos lentos, impropios para la ansiedad de la ciudad”, dijo, tratando de convencerse a sí mismo porque la decisión ya no tiene marcha atrás. Se le ve entusiasmado. Cuenta que la idea se verá enriquecida con algunos experimentos que desea realizar, entre ellos la construcción de un horno a leña, lo que le posibilitará desarrollar alguna prueba innovadora, porque su proyecto es
seguir recorriendo el mismo camino, es decir, invirtiendo parte de lo producido para continuar mejorando su taller, exponiendo sus obras en ferias de importancia y expandir sus actuales mercados.

Pero Jerónimo ya se prepara para un próximo desafío, que no asumirá solo. Junto con su “compadre” William Ramírez ya están pensando en recordar como corresponde los 20 años de la muerte de Martín Arregui.
“Con William estamos pensando dar vida a varios proyectos”, adelantó el joven, sin profundizar mucho en las ideas, porque se trata primero de darles forma, aunque pudo percibirse que el foco estará puesto en cosas que tienen que ver con la vida y obra de su padre.
Otro de los proyectos de Arregui Ayestarán es poder trasmitir sus conocimientos a otros que les interesa lo que hace, como forma de aportar a la sociedad desde la docencia, seguramente desde Casa de la Cultura.

LEYENDA PARA UNA DE LAS IMÁGENES

Jerónimo exhibe con orgullo la última obra realizada por su padre Martín, antes de partir hacia Montevideo, donde murió poco después.