Doña “Chela” Pereira Arniz, cumplió 103 años de edad… una vida llena de vivencias y de hermosos recuerdos
REPORTAJE
Graciela Pereira Arniz celebró el pasado lunes 9 de noviembre sus 103 años de vida. Doña “Chela” como se le conoce desde siempre, nació en el año 1912 en paraje Sarandí, en el conocido Paso de La Atahona, más precisamente en el lugar que antes llamaban “Rincón de los Pereira”.
En realidad Chela junto a sus padres y sus siete hermanos (eran cinco mujeres y dos varones) residieron muchos años en ranchos de paja y terrón ubicados a escasa distancia del Arroyo Sarandí que cruza La Atahona, en el camino vecinal que bifurca a la derecha. Allí en la loma que deja caer pronunciadas pendientes hacia el inundable Paso -donde desde la carretera hoy puede divisarse el establecimiento rural del Escribano Ricardo Berois- vivió la familia Pereira-Arniz desde principios del Siglo XX y hasta mediados del mismo.
Sus hermanos, todos mayores, ya no están físicamente; sin embargo Doña Chela sigue viviendo su “linda vida” -como ella lo dice a los 103 años- con felicidad y con una lucidez extraordinaria.
Un amigo de esta casa nos pasó el dato y nos sugirió hablar con esta longeva mujer que ahora reside en la ciudad, porque naturalmente no es cosa común tener la dicha de entrevistar a una persona de esa edad, y que sobre todo disfruta de la vida en condiciones admirables.
Doña Chela recibió a ECOS REGIONALES en su domicilio, mientras escuchaba los mensajes y la música que difundía una radio. Estaba lista para almorzar poco antes del mediodía, pero no dudó en atender a “deshora” a la visita, aún sin conocer el motivo.
Su amabilidad se puso de manifiesto no bien le presentamos la inquietud de hablar sobre su vida. Admitió que había desechado alguna propuesta de este tipo porque no le gusta “figurar”, pero luego accedió con la condición de que la entrevista fuera sin fotos. Nada de eso se cumplió porque fue posible convencerla, luego de plantearle la oportunidad que significaba describirle a toda la gente, pero sobre todo a las nuevas generaciones, qué peculiaridades tuvo la vida vivida en las primeras décadas del siglo pasado.
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El padre de Chela era don Máximo Pereira, perteneciente a una familia de Flores cuyos antecesores llegaron desde tierras portuguesas. Su madre Amelia Arniz tiene descendencia de vascos españoles. Recordó que los Arniz vinieron a estas tierras junto con los Cenoz y así se fueron arraigando en Uruguay, y específicamente en nuestro departamento.
Se ve que a Doña “Chela” le gusta hablar sobre las cosas de antes, tomando como ejemplo lo que hacía su familia en la casa de campo, donde vivió 42 años. Recién a esa edad se vino a la ciudad, obligada por las circunstancias, pues su padre enfermó del corazón y luego falleció.
“Éramos siete hermanos, cinco mujeres y dos varones. A las mujeres nos cuidaban y nuestros padres preferían que nos mantuviéramos en la casa, en cambio uno de mis hermanos se fue a estudiar a Florida y el otro se marchó a trabajar. Nosotras éramos los peones de la casa, ordeñábamos, acarreábamos agua y leña, pero nuestro padre nunca nos dejó andar a caballo, porque no quería que nos dijeran canarias”, comentó.
“La recreación nuestra era cuando había creciente en La Atahona, porque iban a casa Maruja Bessonart y las Bidegain a caballo y con ellas salíamos a recorrer el campo. Ese era el momento en que andábamos a caballo y también cuando íbamos a la Escuela número 8, pero éramos chicos. También había un carro de pértigo que acarreaba a otros compañeros de la escuela que tenían que cruzar el Paso. ¡Era un chiveo hermoso!”, exclamó Doña Chela.
“Ingresé a la escuela a los 5 años, mi maestra era una señora de Ruso, y me tenía como mascota. Lo único que hacía era jugar en el patio. Después, ya en época de aprender, mi maestra fue Esther Bentancourt de Grub”, recordó.
Relató también que su padre era un hombre que trabajaba mucho pero a veces las sacaba a la casa de los vecinos, pero también concurrían a las kermeses que se organizaban en la escuela.
“Pero además todos los 25 de diciembre nos juntábamos las familias en la costa de La Atahona; unos llevaban un cordero y los demás otras cosas y pasábamos lindísimo. La fiesta siempre terminaba en baile”, recordó.
Esa era, junto con andar a caballo, una de las pocas diversiones que tenían las hermanas Pereira-Arniz. Pocas veces venían “al pueblo” porque el trabajo era mucho en la campaña, por eso Chela y sus hermanas deseaban que llegara la Semana de Carnaval para poder venir a la ciudad, pero para eso había que esperar que se cumplieran los 15 años de edad, antes no…
“Deseaba que mis hermanas pasaran los 15 años para yo poder venir con ellas a Carnaval. Un día veníamos para el pueblo y había que pasar por el Almacén de Real, muy amigo de mi padre. Allí paramos y nos propuso que siguiéramos para que él tuviera la posibilidad de conversar un poco con él. Le dijimos todas al mismo tiempo: Sí papá, ¡cómo no! Lo que queríamos era baile”, admitió a muchos años de aquel episodio.
“Recuerdo que en ese tiempo nos disfrazábamos para ir a bailar al Club donde teníamos una barra preciosa. Quienes se divertían con nosotros eran unos muchachos buenísimos como Quico Bartaburu, Mercklen y Julio Benvenuto. Esos eran los amigos que iban con nosotros a bailar… grandes compañeros nuestros, eran como hermanos”, reconoce Chela.
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“Éramos felices”, afirmó, a pesar de las pocas veces que podían venir a la ciudad. Hasta que se enfermó su padre, falleciendo poco después, en un suceso que mucho sintieron todos, porque hubo que afrontar la situación con otro perfil de familia.
“Todas sabíamos hacer algo. Nos mandaban las bolsas de lana de las tiendas y una cosía, otra bordaba y yo tejía, con lo cual fuimos sosteniendo la casa, hasta que nos vinimos a la ciudad. Yo tenía 42 años en ese tiempo”.
“Estuvimos viviendo en una casa cercana a la Plaza de Deportes. Yo estaba cansada de tejer, lo que quería era salir a trabajar afuera, cosa que no me imaginaba en vida de mi padre. Para él era como una humillación que saliéramos a trabajar afuera de la casa; sin embargo mi madre era muy buena, no quería quitarnos el porvenir”, comentó.
“Un día fue a visitarnos Ecilda Cenoz, la hija de Feliciano Cenoz, a quien le dije que lo que quería era salir de casa a trabajar y le pedí que si sabía de alguien que necesitara una persona que la ayudara, que me avisara”, comentó Doña Chela.
Las circunstancias se dieron para que poco después se fuera a cuidar a una chica de familia muy conocida que había quedado huérfana. En esa casa estuvo más de 40 años… Chela recuerda que en ese entonces tenía 85 años y estaba cansada.
“Cada pesito que agarraba lo ponía en el Banco, tenía un poco a plazo fijo y otro poco en caja de ahorro porque pensaba un día comprarme una casita. Y así fue, cuando fui a sacar mis ahorros tenía como 20 mil dólares, que me permitieron comprar al contado esta casita a la que había que hacerle muchos arreglos. Pero hubo gente que me ayudó a acomodarla. No tenía casi muebles, muy pocas cositas, pero me las fui arreglando de a poco. Un día saqué 5 mil pesos en la quiniela y eso me permitió comprar el televisor y la mesita, y un sillón”, expresó.
A pesar de haber cambiado de barrio, Doña Chela siempre recuerda a sus vecinos de la zona de Plaza de Deportes, con quienes solía conversar y tomar mate por las mañanas, mientras en las tardecitas de verano se sentaban a conversar en el banco de la vereda. Ella nombró “a la Dra. Miranda que me llama todos los años el día de mi cumpleaños, Teresa O’Neill, Maruja Sala, Ruben Díaz, Lucía, la señora de Michel”.
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Doña Chela cuenta que nunca más regresó al lugar donde nació y se crió, en la campaña. Recuerda que un día estando su padre enfermo fueron hasta el lugar pero el hombre lloró mucho porque sentía mucha nostalgia. Además al lugar lo llamaban “El Rincón de los Pereira”, siendo esa una pertenencia muy fuerte de esta familia que se formó trabajando en ese predio de una extensión de 25 cuadras.
“Me gustaría ir al lugar, pero no me es posible. ¿Con quién voy a ir a esta edad?”, manifestó.
Doña Chela se muestra satisfecha porque si bien no invita a nadie para su cumpleaños, muchos fueron los que la saludaron.
“Dejé la puerta abierta y vinieron los vecinos y gente de otro lado, y ni qué decir los saludos por teléfono. Las mujeres hablamos y hablamos… soy feliz a pesar de tener los años que tengo”, expresó con una sonrisa, mientras ahora sí preparaba su almuerzo luego de atender a ECOS REGIONALES.