“Transpirando… el corazón”
ESTAMPAS DE MI CIUDAD
Lic. Hugo Varela Brown
Redacción
Con gran beneplácito y satisfacción observamos el notable auge actual de las más diversas manifestaciones deportivas en nuestro Flores, con resultados competitivos que son dignos de destaque. Es un aporte no sólo deportivo, sino social a la niñez y la juventud que se integran fortaleciendo valores necesarios para el mundo actual.
Esto ocurre hoy, con auspiciosos resultados, pero en aquellos años de los Batlle y los Herrera, de los Areco y los Legaspi, cuando el “Cabeza” Coitiño era mozo del Café y el “Macaco” Quinteros se afincaba en el Bar “La Chancha” con sus tiras de lotería, los deportes más practicados eran el fútbol, el ciclismo, las bochas y un incipiente e informal inicio del básquetbol. Poco más había en el plano deportivo, hasta que se comienza a desarrollar el fútbol infantil con el gran aporte del Teniente Milano, en la vieja cancha del Parque.
Si de Atletismo hablamos, de competencias de largo aliento –tema central de esta nota-, Trinidad era una ciudad donde este tipo de actividades, en sus inicios, se realizaba en forma totalmente informal y amateur viéndose en las tardecitas primaverales, cuando el sol demoraba “en caer”, carreras barriales con premios que daban los comercios o salían de colectas entre vecinos. La familia de los Pintos, allá por la calle Independencia, constituida por una cantidad importante de hermanos varones, organizaban competencias barriales donde sobresalían sin dudas Américo y Víctor como animadores principales, incluso en las carreras de cien metros allí organizadas, donde la gurisada de la zona competía sanamente en las calles de tierra y balasto.
Esto acontecía también en otros barrios trinitarios, para más adelante organizarse los “Campeonatos de los Barrios”, que culminaban ya en la noche y consistían en varias vueltas a un circuito callejero con dos o tres manzanas de extensión, para recorrer los barrios en la última jornada, espectáculo que “movía” los barrios trinitarios con un importante núcleo de participantes.
Américo Pintos -asistente a la Escuela 2- era un velocista nato, vencedor acostumbrado de las carreras de corto aliento, que las había con extensiones no mayores a doscientos metros (de esquina a esquina). Allí estaba el incipiente comienzo de las maratones barriales que cada vez adquirían mayor y mejor organización.
Luego comenzaron a organizarse esas pruebas que recorrían los barrios, con extensiones superiores a diez kilómetros, para las que había que entrenar fuerte y parejo. En las mismas se destacaban atletas del cuartel como el “Mascarito” Bidarte y algunos otros que luego compitieron en eventos importantes como la Travesía de las Playas en Montevideo, una de las carreras más conocidas y a la que concurrían y concurren atletas internacionales.
En este ramo, las maratones departamentales y las organizadas en Durazno, eran generalmente ganadas por un gran atleta amateur, que también representó luego a Santa Bárbara por integrar los cuadros del Cuartel. Nos referimos al popular y gran pasista “Toto” Hernández, muchacho humilde, de una familia que la luchaba diariamente para parar la olla.
El “Toto” era de naturaleza espigada, de conflexión delgada, individuo que siempre llevaba una sonrisa a flor de labios, humilde como la mayoría de los maratonistas porongueros, de paso demoledor, sacaba sus ventajas luego de la mitad de la competencia.
Su padre tenía un carro de mano con el cual hacía fletes y mandados, actividad en la que el Toto le daba una mano antes de su ingreso como soldado.
Otro de nuestros clásicos maratonistas fue el “Chuleta” Flores, defensor inicial del Deportivo América -al menos siempre corría con su camiseta celeste- que también como el Toto llegó a competir en la Travesía de las Playas en una importante competencia que se hacía por la rambla de Montevideo.
En uno de estos acontecimientos estábamos varios estudiantes de Flores en la cima de las Canteras del Parque Rodó, esperando el paso del “Chule” que estaba demorando demasiado. Al divisarlo, en los últimos lugares, comenzamos a alentarlo y darle gritos que lo emocionaron tanto que se paró unos segundos a saludarnos, levantando ambas manos, siendo superado por dos atletas que venían detrás de él, cerrando la marcha.
El “Chule” en señal de agradecimiento a la hinchada que nunca esperó muy emocionado, continuó la competencia con el corazón lleno de satisfacción, llegando en los últimos lugares, pero culminando tan exigente Travesía.
Otro de los atletas que me viene hoy a la memoria fue Juancito Moreira, de renombre a nivel departamental, buen pasista, siempre disputando los primeros lugares en competencias con atletas de Durazno, San José y Flores.
Eran tiempos de un amateurismo total, donde pocos clubes daban apoyo a este deporte, como luego lo hicieron el Santa Bárbara, Deportivo América, Policial y alguna otra institución local.
Eran carreras donde se corría y se “transpiraba el corazón”, luego de trabajar en changas y trabajos temporarios. Algunos de ellos se entrenaban de noche dejando el alma en cada competencia. Maratones de barrio, parte de la identidad del pueblo, donde el público era la familia en la vereda, de vecinas regando sus jardines, de mate amargo y picada de salame del barato, de perros ladrando detrás de los competidores que eran acompañados por una numerosa caravana de ciclistas.
“Transpirando el corazón”… muchos atletas sacaban a relucir su fuerza y coraje recorriendo los escasamente iluminados barrios de Trinidad.
El recuerdo también a los que no figuran en estas líneas, que integraron las listas de los maratonistas barriales. Eran -como expresamos- una parte grande de nuestra identidad deportiva, que movía los tranquilos barrios de una Trinidad de otros tiempos, “transpirando el corazón” tan sólo para sentir el aplauso de las familias de las calles por donde pasaba la competencia.
Particular, inimitable, corajuda, emotiva, alegre, eran las competencias atléticas de los barrios, que muchas veces culminaba, con sus mejores exponentes en las grandes travesías a nivel nacional.