Navidad 2015: Entremos por la Puerta de la Misericordia

Los sentimientos de los creyentes en la Navidad se ven confrontados con la imagen del Pesebre, el humilde lugar donde nació el Salvador. Antes que el arbolito ponemos en nuestros hogares nuestro pesebrito. El pobre establo abandonado, el lugar elegido por Dios para venir a nosotros es lo que nos recuerda la Navidad, su nacimiento, festejamos su cumpleaños.

Este año festejamos la Navidad en el tránsito del Año de la Misericordia convocado por el Papa Francisco. Él nos dice: Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta palabra. Ella se ha vuelto viva, visible y ha alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret. El Padre, « rico en misericordia» (Ef 2,4), después de haber revelado su nombre a Moisés como « Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira, y pródigo en amor y fidelidad» (Ex34,6) no ha cesado de dar a conocer en varios modos y en tantos momentos de la historia su naturaleza divina. En la «plenitud del tiempo» (Gal 4,4), cuando todo estaba dispuesto según su plan de salvación, Él envió a su Hijo nacido de la Virgen María para revelarnos de manera definitiva su amor. Quien lo ve a Él ve al Padre (cfr Jn 14,9). Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona revela la misericordia de Dios.
Con esas palabras Francisco comienza su Bula de invitación a este Año Santo Extraordinario, un tiempo necesario para fortalecer nuestra fe y poder ser Testigos de ella ante nuestros hermanos. Para ello es que les recordaba la imagen del pesebre. La misericordia divina es fruto de su ternura, de su donación, de su cercanía. Esto creo que cada uno de nosotros lo podemos comprobar poniéndonos un rato, solos o en familia, ante nuestro pesebrito. Y entonces orar con fe, orar y pedir por nuestras necesidades o pedir perdón por nuestros yerros. El Papa después dice: Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación. Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados para siempre no obstante el límite de nuestro pecado.
Y en el Pesebre, sin dudas, siempre se destaca la figura de la Madre, gracias a ella tenemos a Jesús. Su fe contribuyó a tener este querido Redentor y hoy también María quiere ayudar al encuentro de cada uno con su Hijo. Fíjense como lo expresa Francisco: El pensamiento se dirige ahora a la Madre de la Misericordia. La dulzura de su mirada nos acompañe en este Año Santo, para que todos podamos redescubrir la alegría de la ternura de Dios. Ninguno como María ha conocido la profundidad del misterio de Dios hecho hombre. Todo en su vida fue plasmado por la presencia de la misericordia hecha carne. La Madre del Crucificado Resucitado entró en el santuario de la misericordia divina porque participó íntimamente en el misterio de su amor.
Elegida para ser la Madre del Hijo de Dios, María estuvo preparada desde siempre por el amor del Padre para ser Arca de la Alianza entre Dios y los hombres. Custodió en su corazón la divina misericordia en perfecta sintonía con su Hijo Jesús. Su canto de alabanza, en el umbral de la casa de Isabel, estuvo dedicado a la misericordia que se extiende de generación en generación» (Lc 1,50). También nosotros estábamos presentes en aquellas palabras proféticas de la Virgen María. Esto nos servirá de consolación y de apoyo mientras atravesaremos la Puerta Santa para experimentar los frutos de la misericordia divina.
Así que al pasar la Puerta Santa en esta Navidad, todos nosotros podamos encontrar el Rostro de Jesús Niño y de Jesús Salvador en la Cruz. Que amparados por la Virgen sepamos ser pesebre donde pueda ser depositada la misericordia y la ternura del Niño Dios, porque el Amor salvará al mundo.
P. Ricardo Paullier, Institución Dalmanutá