Por conveniencias o convicciones
Henry John Temple, 3er. vizconde de Palmerston, también conocido como Lord Palmerston o simplemente como Henry Temple, fue un político británico que ocupó el cargo de Primer Ministro del Reino Unido a mediados del siglo XIX en dos períodos. El pragmatismo político de Lord Palmerston se resume en su frase «Inglaterra no tiene amigos permanentes ni enemigos permanentes. Inglaterra tiene intereses permanentes».
David Rabinovich
Columnista
Exordio. Con diferentes formulaciones la idea ha sido manejada por políticos de los más diversos países, políticos conservadores de derechas. No es un pensamiento afín a la izquierda.
Lo que me resulta curioso es que los mismos que predican en ese sentido, al interior de las sociedades en las que actúan se manejan con globos de colores y predican la ‘concordia universal’, llamados a la unidad de, ‘todos’, a la ‘armonía entre capital y trabajo’, al esfuerzo de toda la sociedad para ‘el bien común’. En resumen: les perturba cualquier alusión a la existencia de intereses contrapuestos en el seno de cada sociedad y de los consiguientes conflictos. La lucha de clases, o cualquier idea similar, resulta intolerable invento de ‘los marxistas’. Pero la realidad es que hay ideas de izquierda y de derecha, políticas conservadoras, reformistas, progresistas y revolucionarias, ideologías contrapuestas y una lucha permanente entre contradicciones que son el motor de la historia. Pero las personas no podemos ser encasilladas en categorías teóricas, tenemos matices, variaciones, vacilaciones y vivimos una tensión permanente entre nuestras convicciones y nuestros intereses. No hay sólo blancos y negros. Las diferentes maneras de pensar y de actuar, en el plano personal, están llenas de matices y contradicciones. Personas, hacen organizaciones políticas que responden a ideologías diferentes o contrapuestas. A esas organizaciones llegamos con nuestras convicciones y nuestros proyectos personales, no pocas veces vinculados a nuestras conveniencias. ¿Es complicado? Sí, muy complicado.
Las palabras tienen un significado específico, aunque no siempre las usemos bien. A veces el sentido depende del contexto, otras de la intencionalidad.
Los relatos políticos, que alimentan las luchas cotidianas, requieren de palabras y cada una de ellas de un sustento específico. Los cimientos son la realidad de las acciones y sus consecuencias, de las políticas y sus efectos sustantivos.
Algunas palabras representan conceptos útiles para diferentes categorías del análisis social o económico. Clarifican los debates políticos. Otras los difuminan. En forma intencionada o inocente, son factor de confusión.
Sin pretensiones de filólogo ni de filósofo, repasemos algunas palabras y conceptos. Ideas que forman parte de los debates de nuestro tiempo.
Eficiencia y rentabilidad. Palabras que suelen aparecer asociadas. La rentabilidad de presenta como consecuencia de la eficiencia y la competitividad. La vinculación semántica sirve de base para defender que la rentabilidad configura un objetivo de primer orden y condición ‘sine qua non’ para obtener logros sociales que dependen de los ‘inversores’. Pero perfectamente puede haber ‘rentabilidad social’, sin utilidades materiales. Basta concebir la economía como la actividad que desarrolla la sociedad y la disciplina que estudia la producción de bienes materiales e inmateriales destinados a satisfacer las necesidades humanas. No hay razón válida alguna para que el incentivo del lucro personal o corporativo, sea determinante. Bastaría que hubiera consciencia de ello, para legitimar muchas alternativas.
La competitividad. Tiene que ver con hacer las cosas con ventajas sobre otros, de manera de obtener una rentabilidad mayor. La lógica de la competencia oculta las ventajas de la colaboración y la complementación, Sólo bastaría que sustituyéramos el objetivo de la apropiación individual de los excedentes, por el disfrute colectivo de los bienes y servicios.
La eficiencia. Como dijimos se mide en función de las ganancias que genera. Se asocia a la innovación, aún cuando desplace mano de obra y margine personas. La idea de ‘eficiencia social’ ha sido eliminada del análisis económico-social ortodoxo.
La rentabilidad económica. Es la medida de éxito de una economía, de una sociedad, de los individuos y de las organizaciones. El capitalismo la legitima y en ella pone el motor del avance social, se transforma así en la práctica y la ideología de la deshumanización.
La rentabilidad social. La democratización de la distribución de bienes y servicios en función de los derechos humanos choca con la idea de ‘demanda efectiva’. Esto es, la necesidad o deseo de obtener algo, está en función de disponer de los recursos necesarios para adquirir el bien o servicio que sea. “No hay cenas gratis” dice la derecha.
Los costos. La lógica mercantil mide costos y beneficios. La unidad de medida no es la gente sino el capital.
Los costos sociales. Están, casi siempre ocultos, porque exponerlos afecta la rentabilidad. ¿Cómo si no se puede defender el derecho de las tabacaleras, de la industria farmacéutica o la de la guerra? Si midiéramos los costos sociales de la actividad financiera el mundo sería muy diferente.
Los costos ambientales. Cada vez más visibles y evidentes, muestran un mundo limitado en sus posibilidades de sostener un crecimiento infinito. Hay que racionalizar el consumo y humanizar el reparto. Pero eso afectaría la rentabilidad.
Los costos culturales. El capitalismo en su afán de ‘dominar la naturaleza’ está afectando de forma irreversible la biodiversidad. Es una verdadera tragedia. También lo es el atentado permanente, sistemático, sin misericordia, contra la diversidad cultural. Quizá uno de los menos visibles y de los más graves. Porque el fetiche tecnológico, además, desprecia los valores culturales. La diversidad cultural se ve como problema y no hay empacho en hablar de ‘guerra cultural’ donde el objetivo es eliminar al diferente y de paso su cultura.
Los costos de oportunidad. Quiero cerrar esta columna con una mención al concepto menos utilizado de la literatura económica y de la práctica social. Ante el dilema de hacer o no algo, estudiamos los costos y los beneficios, nunca cuánto será el costo de “no hacer”.
Otro mundo es posible, pero se necesita otro lenguaje, para pensar diferente y actuar en consecuencia.
LEYENDA
La lógica mercantil mide costos y beneficios. La unidad de medida no es la gente sino el capital.