La campana del recreo
ESTAMPAS DE MI CIUDAD
Lic. Hugo Varela Brown
Redacción
En una fría mañana de esos junios de antes, en los tiempos en que las cuatro estaciones estaban nítidamente delimitadas, podríamos afirmar que “en una escuela cualquiera del paisito” la gurisada de los barrios se iba acercando para comenzar la jornada matutina; en este caso de los barrios Artigas, actual Monzón, el Cuartel y algunos que otros de otras zonas cercanas a la Escuela Nro.2 (a la que se le mantuvo por años su designación como “Escuela de Niñas”), en su ubicación actual de Alfredo J. Puig y Gral. Flores con su emblemática edificación, donde los Terceros se ubicaban en los salones “de la escalera”, los Quintos debajo, los Sextos al ingreso, mientras que Primeros y Segundos se extendían a lo largo del amplio patio de baldosas, primera salida al exterior de la gurisada.
La dirección, donde ningún alumno quería visitar, se encontraba entrando a la derecha, donde sobre un viejo y lustrado escritorio de los que ya no se encuentran estaba la campana , rectora de todas las actividades, y otra de alternativa en una vitrina, donde se guardaban también las banderas que se enarbolaban en las fechas patrias.
En realidad, al ver la variedad de alumnos que iban a la escuela, muchos de complexión fuerte, físicos generosos, siempre uno quedaba pensando hasta cuando se le iba a seguir denominando “de Niñas”, al igual que la de “Varones” frente a la vieja Plaza de Deportes.
Así las cosas de aquellos apacibles días, donde las madres a paso lento iban intercambiando información familiar, social, escolar mientras acompañaban a sus hijos a la escuela, pues en esos tiempos esos encuentros eran “las redes sociales de hoy”, que se caracterizan, en muchos casos, para hacer conocer los nuevos autos, las piscinas, los viajes, la vida privada, los estados de ánimo, que antes ni se conocían, porque pocos tenían autos, menos viajaban y la intimidad era sagrada, a no ser las charlas vecinales que aún existen.
Con este panorama que conformaba el hábitat escolar, los alumnos además de llevar los deberes al día -no todos por cierto- esperaban con gran ansiedad el toque de la campana del recreo que ocurría exactamente a las diez horas. Tenía ese toque toda una simbología -que nunca la perderá- que representaba lo diferente de la escuela, junto a las clases de canto en la sala donde se ubicaba el piano o las de manualidades que daba Salvador Peláez los días viernes.
El toque de la campana significaba el término de un espacio y el comienzo de otro. El recreo -espacio de socialización y encuentro- era y es todo un fenómeno digno de un estudio sociológico por lo que representa para los niños.
En la actual “José Enrique Rodó”, el toque de campana sólo podía hacerlo la Sub Directora o en su defecto la Secretaria, habiendo raras excepciones donde se autorizaba a algún niño de Sexto Año la tocarla, y la disputa era grande para que lo designaran.
Era un momento especial, particular, de expectativas e intercambios deportivos y sociales que marcaba el sonido tan particular de la campana anunciando el inicio del recreo. Existían particularidades y excepciones al toque de campana: Niños que no tenían recreo por comportamientos inadecuados, clases que salían más tarde y más temprano, lo que ya todo el mundo sabía en la escuela “la maestra de tal año, siempre se queda cinco minutos más en el recreo”.
La categorización era certera y conocida por el alumnado. Cuando llovía, el toque de campana no se producía, e iba la Secretaria por las clases avisando que el recreo debía ser dentro del salón, donde la maestra debía tener mucha paciencia y se perdía el encuentro con las otras colegas para conversar, tomar un té, hablar de la planificación y de algún tema privado, pero esto sólo ocurría cuando se tenia mucha confianza aunque después todo el mundo estaba enterado, sobre todo cuando eran desavenencias conyugales como todos las tenemos. La campana del recreo, marcando la finalización del mismo era también todo un tema, pues a veces la gurisada llegaba tarde a clase, transpirando, con la túnica sucia o rota, demoraban en partidos de fútbol empatados y disputados “en el patio de abajo”, o alguno que se quedaba más tiempo en los baños, aunque las puertas tenían la característica de que se podía ver por abajo o por arriba y las excusas disminuían, existiendo también bromas pesadas cercanas a los baños y en la zona de las canillas en el patio techado de la escuela.
El toque de campana indicaba también que había que ir sacando la merienda que se traía, aunque no todos los niños la tenían, habiendo algunos que compartían su merienda con los más desfavorecidos. Primaban el pan casero con salame y los pancitos, muy pequeños ellos, con apenas una rodaja de mortadela de la barata del almacén de Paolino, ubicado frente a la escuela. Otros llevaban sólo pan francés o alguna galleta de campaña que había quedado del día anterior.
¡Como dejar de lado en una Estampa de mi Ciudad a la CAMPANA DEL RECREO, si ella simbolizaba y simboliza -por más cambio de modalidad- todo un movimiento inusitado y esperado por las túnicas blancas y moñas azules: cambio de figuritas, torneos de bolita a la troya y cuarta pared, partidos de fútbol, extensos diálogos generalmente de las niñas sentadas en los patios, intercambio de revistas no siempre permitidos por la maestra y todo aquello que la ingeniosa y creativamente de los niños permitía imaginar.
Ya finaliza el recreo, la Sub Directora parada en el centro del patio hace sonar la campana, el “segundo tiempo” comenzaba a jugarse.
Nuestro recuerdo al toque de campana como señal del inicio y el comienzo de un espacio muy particular que uno se detiene a observarlo y se imagina un sinfín de vivencias, situaciones, expectativas, que siempre siguen ocurriendo en las escuelas ., y que de una forma u otra todos las hemos vivido, y representan un tiempo maravilloso de los niños uruguayos.