Benito Guerra, 90 años de vida pródiga… un enamorado de la poesía y de la tierra fecunda
Benito Rufino Guerra González, a quien conocimos siempre por “Don Benito”, es un hombre sencillo que ha sabido entregarse a la sociedad desde varios ámbitos.
Este año, más precisamente el 12 de agosto, estará celebrando sus 91 “pirulos”, pero su vida transcurre tan dinámica como siempre, como si el tiempo no hubiera pasado para este hombre que ama con devoción y de la misma manera a la poesía y a la tierra.
Su inspiración poética nació cuando niño, cuando en la escuela donde concurría se organizó un concurso de poemas y obtuvo el primer premio. Luego vino un impasse, donde las letras quedaron de lado para dar lugar al trabajo, en un tiempo donde había que sacrificarse mucho para poder sortear las dificultades propias de un hogar humilde. Ahí no había otra chance que ayudar a los padres para afrontar en conjunto las obligaciones de la casa, hasta que el tiempo lo tituló de “mayor” y comenzó el momento de desafiarse a sí mismo.
La tierra fue su compañera de toda la vida y ese sello aún perdura en su prolija vivienda, donde en canteros pequeños todavía cultiva un y mil especies de plantas, y cosecha verduras que son producto sano de su huerta orgánica.
“Don Benito” reside en un hogar acogedor, que contribuye a enfrentar una soledad que no es tal, porque la lectura sigue siendo su gran aliada, de la misma forma que las ganas de vivir activo, haciendo cosas que sirvan a la sociedad.
En un espacio que posee la estufa encendida a pleno, en cuyo entorno se ubican varios muebles con publicaciones diversas, cuadernos, hojas escritas y fotografías de todas las épocas, pasa Benito Guerra gran parte del día. Y allí recibe a ECOS REGIONALES para hablar a “agenda abierta”, aunque el interés esté centrado en la poseía y en la tierra…
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Benito nació en esta ciudad y su casa estaba ubicada en la entonces calle Santa Lucía (hoy Carlos Farro Debellis) y Leandro Gómez, en la época en que todavía no había agua potable y era común que cada casa tuviera su pozo como fuente natural de agua.
Comenzó el ciclo escolar a los 8 años en la Escuela de Varones, como se le identificaba antiguamente. Recuerda que lo entusiasmó para ir a clase quien fuera Directora de la Escuela Nro. 4 “Jaime Ribot y Mestre”, Maestra Ismelda González, quien también tenía la tarea de pagar en su casa las pensiones a la vez, en un sistema que tal vez pocos conocen.
“Ese primer día fui descalzo y con un trapito viejo para limpiarme los pies a la entrada de la escuela. Allí nos recibía Lagear que era el Director de la Escuela, donde daba clase entre otras Elvirita Tasías, Maestra que luego tuve cuando cursé Cuarto Año. Fue ella que después me llevó a continuar mi formación a la Sociedad de Fomento de Flores, donde juntaban a todos aquellos niños que eran pobres y débiles. Elvirita nos daba clase y nos atendía en el pabellón grande de la Fomento”, comentó Benito Guerra.
“Allí teníamos todas las comodidades; podría decir que pasaba como un rico porque en casa éramos pobrazos, no teníamos prácticamente nada. Mi padre, además de ser analfabeto, sabía nada más que montear y hacer ranchos. Mis tres hermanos eran igual que él, fueron a la escuela junto conmigo y no pudieron pasar ni siquiera el Primer Año”, recordó.
A diferencia de sus hermanos, Benito tenía el apoyo de una tía –Juana González- quien prácticamente lo adoptó, criándose en un ámbito diferente en cuanto a sus posibilidades de formación.
Por ese lado vino su pasión por las letras.
“En la Escuela de Varones –la Nro. 1- siempre había Concursos de Poesías. Yo leía en ese entonces libros de Rabindranath Tagore y otros poetas y escritores, que había en la biblioteca de la Escuela. Me sentaba en el pupitre con el Maestro y ahí estudiaba. Comencé también a escribir y la primera poesía que hice se la dediqué al Árbol por haber sido un Concurso conmemorativo del Día del Árbol, con la que saqué el Primer Premio. Ese día, 19 de junio de 1937 recibí una Medalla de Plata y a su vez plantamos un árbol junto con Ariel Rusiñol y Hugo Rodríguez, y otros alumnos de otras escuelas. Ese árbol fue traído por Lagear del Solar de Artigas, en Paraguay”, relató “Don Benito”.
Después que terminó el ciclo escolar Guerra no siguió escribiendo.
“Mi vida de joven no fue muy fácil. Los padres de antes hacían trabajar a sus hijos y no le pagaban nada, y yo entraba en ese lote. Con mis hermanos trabajábamos con mi padre y por más que le pidiéramos no nos daba dinero; pero a los 18 años no tuve más remedio que tomar la decisión de salir a trabajar afuera de mi casa para ganar mi sustento. Fui a trabajar con Don Cruz Seijas, siendo quien me enseñó albañilería. Aprendí a levantar pared, hacer revoques y otras cosas, y con el primer sueldo ayudé a mi madre y me compré ropa… camisas, corbatas y zapatos”, comentó.
Poco después se fue a laburar a San Ramón, de ahí pasó a la Fábrica de Ladrillos de Prensa, luego se fue a trabajar a las huertas “canarias” y posteriormente ingresó a la estación del Ferrocarril, que en esa época era gestionado por los Ingleses. El tiempo le era escaso para escribir poemas, era imposible, porque ese trabajo lo llevó al norte a reparar vías, llegando hasta Santana do Livramento, en una expedición de mucha gente y también de mucho sacrificio. Luego, enferma su madre, regresó a sus pagos por esa causa y al tiempo compró el terreno donde edificó la casa donde hoy vive, ayudado por su esposa Nélida Violeta López, con quien se casó a los 29 años de edad. En ese entonces era oficial albañil y trabajaba en la obra del Cine Teatro Plaza con Gil Barrios. Poco después ingresó a trabajar a Vialidad por gestiones de Ciro Ciompi y más adelante comenzaron a llegar sus hijos, Mariela, Vanina, Silvia y Horacio…
Pasaron los años y su hija Mariela –que vive en Montevideo- es la que lo impulsa a retomar la poesía, con la promesa de enviarlas para publicar en la Gaceta del Cerro, una edición barrial montevideana. De esa manera volvió a su gran vocación, que era escribir poemas.
“Siempre venía alguien a mi casa a invitarme a participar en concursos, pero no era ese mi interés. Sin embargo, participé en un concurso en San José y logré un premio. Fue en el acto de entrega de ese premio que conocí a José Ramón Mediza. Fue ahí donde Ramón se hizo poeta famoso, porque después escribió para todos lados”, recordó “Don Benito”, quien tiene gran cantidad de obras escritas, muchas de las cuales permanecen sin ver la luz pública. Son poesías cargadas de romanticismo y cartas de amor, que sus hijas un día recopilaron y transformaron en un libro que el autor guarda como un tesoro.
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La otra faceta resaltable de Benito Guerra es su cariño por la tierra, y su preocupación por los perjuicios que causan los agroquímicos.
“Yo plantaba con abono orgánico sin saber por qué, si bien tenía claro que no debía usar abono químico en mi huerta. Entonces la hija más chica me preguntó si no quería que me trajera libros sobre el tema cuando viajara a Italia u otros países, sabiendo que hay famosos técnicos que mucho conocen de abono orgánico. Me consiguió libros en España, de una organización de agricultores, y ellos mismos me enviaban gacetillas con cosas nuevas que habían salido. Así fue que aprendí por intermedio de esos papeles”, admitió.
“En principio yo echaba el abono en un tanque y después que estaba en descomposición lo ponía en la tierra. Ellos me enseñaron que había que tirarlo en un tanque y después que se descomponía había que echarle agua, de donde sale un lastre negro. Es ese lastre negro el mejor de todos para las plantaciones. A partir de ahí comencé a enseñarle a los demás. Me animé y fui a hablar con los directores y maestros, recorriendo muchas escuelas dando clase sobre el tema”, comentó “Don Benito”, al tiempo que delegaciones de escolares visitaban su huerta para conocer sus plantaciones estimuladas con abono orgánico.
Formó parte también de la ONG Grupo Porongos, haciendo cantidad de trabajos, “porque a mí me encanta hacer cosas nuevas. Una vez hablando con Jorge (Grezzi) le dije que los gurises de Andresito necesitaban hacer algo, por lo que si la Intendencia tenía un pedazo de tierra improductiva se podía enseñar”.
“Hicimos una reunión y fueron cantidad de gurises, mujeres y varones. Al movimiento le pusimos JovenMan. Ellos querían aprender particularmente cómo se plantaba el árbol silvestre de semilla. Nace del árbol viejo; cuando cae la hoja seca la tierra va engorando, formando los hongos; cae allí la semilla y alrededor de ese tronco –cuando llega la primavera con sus lluvias- van naciendo plantitas nuevas”, explicó, recordando que esa práctica se la enseñó hace muchos años el Ing. Agr. Javier Pena, de la zona de Melilla.
“Esa fue una linda experiencia, y todo ese material lo llevé para Casa de la Cultura porque como no lo voy a explotar más, es importante que otro lo aproveche. No quiero que eso se pierda, a alguien le puede interesar”, expresó “Don Benito”, esperanzado con que esa práctica continúe vigente a través de los años, con las nuevas generaciones…